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blo elevado
á
ciudad por el emperador, recibía un obispo, tam–
bien el concilio de Sardica dispuso que no hubiese obispos en
las ciudades pequeñas , pues les bastaba un presbítero (
ó
cor–
episcopo),
y
no debia envilecerse la dignidad episcopal. Si
una provincia dividida en dos recibía por estomismootro me–
tropolitano, no continuó siempre esta disposicion , como consta
de la epístoladel citado papa Inocencio al obispo ele Antioquía,
pues las causas que hubiese tenido el emperador para dividir
una provincia , no eran las mismas que tenia la Iglesia para
constituir dos obispos metropolitanos. Tan libre era el manejo
de los pastores eclesiasticos en este punto,
y
tan espedila
y
propiasu accion sin auxilioele ninguno (1>)
.»
Efectivamente , hacia gran tiempo que la ciudad de Cons–
tantinopla babia llegado en el órden civil al mas altogrado ele
esplendor, de suerte que se llamaba otra Roma;
y
sin embargo
no se elevó a silla patriarcal hasta el concilio Calcedonense.
Los obispos africanos no observaban con mucha puntualidad el
canon citado del concilio de Sárdica, que renovaba otro del
Laodiceno , en que se prohibía poner obispos en las ciudades
pequeñas;
y
el pontífice S. Leon el Grande les mandaba su–
primir tales obispados (6). Omitimos c.itar otros muchos ejem–
plos de esta especie.
En vista de esas confesiones arrancadas de la pluma de
nuestrobibliotecario por la fuerza de la verdad,
¿á
qué
viene
despues esa contracliccion de negar
a
la potestad eclesiastica
ese derecho de erigir
y
demarcar los obispados, derecho que
ha llamado antes
propio de los pastores eclesiásticos ,
y
que la
Iglesiagozó de la libertad qtw tenia en tal mnglo por cinco si–
glos enteros sin auxilio de ningwn príncipe
6
gobierno civil
,
y
atribuirlo
a
esta misma potestad
?
No piensen lo magistrados
civiles que ese escritor en la
Defensa de laautoridad de los go–
bíenws
trate de vindicar sus verdaderos derechos
regalías
legítimas. Por lo contrario en ella se hallan sentados principios
y
proposiciones
y
doctrinas, que puestas en el terreno de la
práctica minarían por sus cimientos su propia existencia. Tal