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paralogismo. El docto Zallinger, despues que ha probado que
este principio de la defensa
y
seguridad pública es un pretesto
que han tomado los protestantes para atribuir
á
los príncipes
seculares el gobierno de la Iglesia, aiíade :
Princeps pro con–
servandd acperficiendá civitate gaudetjwre defensionis, secwri–
tatis
-et
prwcautionis; at nempe salvá libertale Ecclesiw, ejusque
jwre independente, et cum subordinatione finium ; quía summus
est favor religionis: quod vel ethnici agnovenllllt. Si necessita–
tem ¡·eipublicw obtendtvnt, constat ex disciplina jwris naturalis,
necessitatis varios gradus distinguí oportere, et multiplicem ad–
hiberi cautionem, ut in aliorwn non subjectorum actiones et 1·es
juste utipossimtbsjwrenecessitat'Ís
(8).
Pero el Dr. Vigil no solo ha intentado hablar en el sentido
que acabamos ele esponer, sino tambien en el otro sentido de
que los gobiernos civiles pueden hacer la demarcacion
y
des–
membramiento de obispados por el
poder qt¡e como á tales les
compete sin respeto todavía
á
la religion cristiana,
por la ra–
zon de que el Salvador no disminuyó en nada los derechos
de los príncipes ,
y
por consiguiente que despues de su ve–
niela conservan Lodo su poder en igual grado (9). Desde lue–
go pudiéramos preguntar
a
nuestro doctor ' si antes de la
venida de Jesucristo había obispados para haber podido Je–
sucristo dejar en los príncipes la potestad de erigirlos que
antes hubiesen tenido! Contestaremos al Sr. Vigil con su
propia doctrina. Enseña en la disertacion 1.• que en el pa–
ganismo de ordinario estaban unidos en una mi ma persona
el sacerdocio
y
el imperio secular ; que los príncipes genti–
les desempeñaban los ministerios ele la religion no como tales .
sino como sacerdotes; y que Jesucristo hizo una total separa–
don ele estas dos cosas aboliendo el sacerdocio secular y crean–
do un nuevo sacerdocio
á
quien confiára el
r~i men
ele la Igle-
ia,
y
la adminislracion de los santos sacramentos
y
demás
cosas espirituales. Luego , segun el mismo Vigil , es falso que
el Salvador no haya disminuido en nada los derechos que te–
nían los príncipes antes de su venida. Jesucristo no derogó