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la ju ventud toca el prim er puesto; á la juventud que
Cl'l·
mo flor p rimaveral e ntre<tbre sus coloreados pétalos á
las im presiones prime r<ts del la berint o de la vida .
Sí, señores;
á
los jóvenes nos corresponde esa ava nza·
da ele hono r, pa ra luchar den odada me nte por el triunfo
de las ideas católicas, marcha ndo al
c<~
rr.pode bata lla
con la mirada fij a en el lába ro ele Constantino,
<~ nima
dos por la fe, entusiasmados por el amor, a traídos por
la belleza y confortados por la esperanza.
En
el caos de la sociedad moderna , hoy que un posi–
ti vismo desca rn ado pretende negar los ideales, defen–
diendo con Spencer la relati vidad de nuestros conoci–
mientos; hoy que modern os jurisconsultos q uieren redu–
cir el derecho á la evolución, y el crimen á los d elinea·
mientos a natómicos
y
frí os del doctor L ombroso; hoy
q ue con el nombre de sociología qu iere hallarse un a cien–
cia que bendiga todos los períodos de la histori a ; hoy
que un a literatura a marga en el fond o y li viana
y
jugue–
tona en la forma, quiere in varlir las bibliotecas y las aca–
dem ias, mancillando la pureza del corazón; hoy que el
socialismo ruge com o fiera encadenada, al frente de una,
E co nomía Política impotente; hoy, señores, hay que vol–
ver a l Catolicismo, fuente de aguas vivas qu e ali via la
sed del sa bio, qu e refresca al hom bre de bien, qu e engran–
dece al ciudadano y al patriota, porque ella es la savia
de nuestra al ma que as pira al in fin ito.
Tengamos entendi do que las obras católicas son in–
mortales: que el vendaballeva ntado por sus enemigos no
p uede acaba rl ar, porqu e en el trasc urso d e su historia de
diez
y
nueve sig los, no se leen epitafios ni se contem–
pla n tumbas.
V oltaire pretendió que la Ig lesia de Dios iba á morir.
La revolución fra ncesa renegó ing ratamente de ella, di–
fun diendo en la Fra ncia de Juana de A rco las doctrinas
del enciclopedismo, a ruin ando los templos con la feroci–
dad de Ma rat, y la miserable intriga de Dantón.
P ero su obra cayó desplomada al soplo de Dios. En
el negro cuadro de ta ntos escombros, apa reció un instru–
mento de la di vina justicia;
y
N apoleón montó á caba–
llo, recorri endo los tronos de E uropa, rompiendo el ce–
tro de los ti ranos, pisoteando á los enemigos del catoli–
cismo,
y
borra ndo de la misma F rancia hasta la
ens~ n-