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inteligencia por el camino del error hasta conducirla á

los má lamentables excesos.

Y si la falta de la educación moral conduce al hom–

bre á tales resultados en las clases cultas de la sociedad,

mucho más tristes

y

peligrosos son los efectos que pro–

duce en el hombre de las clases bajas.

El proletario conocedor de sus Jerechos é ignorante

de sus deberes, aguijoneado por la miseria

y

exasperado

por el espectáculo del fausto de sus patrones,

y

falto por

otra parte de la resignación y fortaleza que inspira la es–

peranza de una vida mejor como premio de su virtud, se

resuelve, airado

y

terrible, contra los que considera sus

verdugos

y

se lanza en vertiginosa carrerd por el triste

sendero del crimen, para ir casi siempre á terminar su

agitada existencia en las gradas de un patíbulo

ó

en la

oscura celda de una prisión.

Pero ¿en qué consistirá esa educación? Consistirá en

infundir al niño el temor de Dios

y

el hábito de la virtud;

consistirá en infundir al joven el sentimiento de su pro–

pia dignidad, el amor al bien, el hábito del trabajo, una

fe viva

y

una sólida virtud.

Ahora bien, sólo la Religión Católica, es capaz de in–

fundir al hombre tales sentimientos

y

tales principios;

sólo la R eligión Católica es capaz de mantener al hom–

bre en

el

sendero de la virtud

y

del bien, aún en las cir–

cunstancias más difíciles de la vida. r o es menester que

tratemos de probar estas afirmaciones, porque la expe–

riencia las tiene ya plenamente demostradas.

Sentadas estas ideas generales y fijando la atención en

lo que pasa entre nosotros, no podemos menos de expe–

rimentar una impresión de profunda tristeza

y

desalien–

to al observar los síntomas alarmantes que empiezan á

aparecer en la clase obrera, al propio tiempo que la edu–

cación casi nula que se da á los niños del pueblo. Por–

que si es verdad que existen en todo el territorio Escue–

las Municipales, á las que concurre un regular número

de alumnos, es verdad también que hay un gran número

de nii'ios que no asisten

á

ellas

y

que crecen en la vagan–

cia, acostumbrándose á la más completa ociosidad

y

en–

tregándose con triste precocidad

á

todos los vicios que

ésta lleva consigo.

Se hace, pues, indispensable que todos aquellos que

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