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nir que armados de la pica demoledora, continuaran la

obra de los filósofos de la Revolución: esos obreros del

porvenir se les creyó encontrar t'n las fi las de la juventud

que frecuentaba las aulas de los colegios y uni versidades;

y

á ellos se dirigieron preferentemente sus arteros ataques.

Corromper el corazón para extraviar la inteligencia........

hé allí, señores, el medio más sencillo y seguro para ob·

tener el más completo éxito. Se les habló de una liber–

tad sin límites, se les ponderaron los derechos del hom–

bre, sin enseñarles sus deberes, se escarneció la religión

y

se presentó

á

Dios co:no un mito, divinizando la ma–

teria, se les hizo gustar el néctar enVt'nenado de una li–

teratura profundamente sensual y escéptica, se les empa–

pó en las máximas de una_ filosofía que prescindía por

completo de Dios y de su Providencia,

y

en medio de

este caos de ideas, de esta vorágine de corrupción é im–

piedad. la juventud inexperta y abandonada

á

sus pro–

pias fuerzas, ofuscada por el espectáculo sorprendente

que á su vista se ofrecía, siempre entusiasta

y

ardiente

por todo lo que

á

su inexperiencia se presenta como g ran–

de y como noble, se lanzó en la terrible pendiente del

error, . in que se levantara un a voz para advertirles el

peligro, sin que se extendiera una mano para contener–

los en su caída.

¡Ah! señores, hoy se acusa á la juventud de impía y

descreída

¿y

quién tiene la culpa de esa impiedad? ¿Por

qué los católicos, desoyendo la voz de sus Pastores, se cru–

zaron de brazos. con culpable indiferencir an te el peli–

gro que amenazaba

á

la Sociedad? ¿De qué sirve educar

al niño cristianamente, si en la edad más peligrosa de la

vida, se le abandona en un medio que necesariamente

tiene que perderlo, si no se le sostiene en el camino de

la virtud?

E l Congreso Católico que va á inaugurar una era de

regeneración religiosa debe, pues, preocuparse de una

manera especialísima del g rave problema de la ed uca–

ción católica de la juventud. Ella es el porvenir, de ella

depende pues el triunfo completo de la causa católica

en nuestra patria.

Y es indudable, señores, que uno de los medios más

seguros para resolver ese problema es la asociación, por–

que, como dije al comenzar

y

repito ahora, en el aisla-