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Hoy, desconociendo

la

institución divina ele este >:a–

cramento y la autoridad de la Iglesia, se legaliza el in–

moral concubinato, bajo el nombre especioso de

matri-

11M1UÓ

civzl,

dando iguales derechos á los hijos de bendi–

ción que á los de ilícita procedencia.

Hoy se cuidan mucho los intereses del cuerpo, y no se

tienen en cuenta los intereses del alma, que son superio–

res. Si un hijo de familia toma por casualidad una póci–

ma que comprometa la salud, se pone en movimiento to–

da la casa, se llama al médico, como es natural, para sal–

varle la vida; pero no se toma precaución alguna para que

el alma no se envenene con la lectura de novelas y pe–

riódicos inmorales, que se reciben

y.

fomentan en el ho–

gar doméstico;

y

aún se conservan en algunos salones,

como objetos de arte, estatuas y cuadros pornográficos

que manchan la vista de los inocentes.

Además, el

luJo

ha desterrado la modestia de los ho ..

gares

y

en algunos de ellos el

juego,

destructor de la for–

tuna, se ha hecho objeto de diversión

y

pasatiempo.

En la época ele nuestros mayores, los hijos pedían la

bendición á sus padres al retirarse al lecho, se ben decía

la mesa, se daban gracias después de la comida y se ora–

ba en familia; pero la

moda

ha desterrado estas piadosas

costumbres, de cuya práctica se avergüenzan aún perso–

nas que se precian de católicas.

Si alguno de los hijos desea abrazar el estado eclesiás–

tico ó entrar en religión, se contraría su inclinación

y

se

le obliga, tal vez, á tomar otro estado, al cual no es lla–

mado, labrando así su desgracia por toda la vida.

Es verdad que entre nosotros no se inmolan ya vícti–

mas humanas

á

los ídolos, ni las leyes obligan á la pros–

titución, como en

el

paganismo; pero vemos con doloro–

sa emoción q ue los

suicidios

se mu ltiplican de una ma–

nera espantosa, que los

duelos

están á la orden del día.

que se reglamentan las casas llamadas de

tolerancia

y

que

los

asesz'natos

se repiten con circunstancias de premed i–

tación

y

crueldad nunca vistas, aumentando día á día la

estadística criminal. Y todo este cúmulo de· males que

pesa sobre la sociedad, no reconoce otro origen que la

falta de educación cristiana en la familia.

Tal es la consecuencia lógica que se desprende de los

hechos de que acabo de ocuparme; consecuencia que to-