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TllATADO Sl'.TllUO
rias,
y
Je todo el cuerpo
y
alma, derramaudo su Sangre, que
fué
el
precio grande con que nos rescató.
No te olvi<les del tal lleJentor, sino dile: Señor por aquel amor
con que
á
la Cruz os ofrecísteis, me penlonad ;
y
renueva la memo–
ria Je su pasion,
y
de la causa de ella; porque tus pecados le acu–
san, tus libertades le atan, tus hurtos le azotan, tus afeites
y
atre–
vimientos le dan de bofetadas, tu soberbia le corona <le espinas, tus
galas le visten de púrpura, tus pasos Jescoucerta<los
y
obras injus–
tas le tienen clavado de pies
y
manos.
1
'2.
Desde las doce hasta las tres de la tar<le, que estuvo vivo
mi Señor en la cruz, desgarrándosele las heridas Je los pies
y
ma–
uos con el peso del cuerpo, hubo un eclipse general del sol, con
1¡ue se oscureció el aire,
y
se cubrió la tierra de luto. En este tiem–
po rogó el crncificado por los que le crucificalrnn, el juez perdonó
ni ladron, el hijo encomendó
i1
la madre,
y
el maestro al discípulo)
el Verbo eterno se qurjó amorosamente al padre; la fuente de agua
viva
y
Redentor del mundo tuvo se1l;
y
los redimidos por quien <lió
su Sangre, le dieron
á
beber hiel
y
vinagre; el obediente cumplió
s11 oheJiencin con perfeccio11; el agonizante encomendó su alma
á
lJios,
y
el autor Je la vida se rindió
á
la muerte de
s11 voluntad.
Mucre viernes á las tres ele la tarde el Sefior de la lYfajcstad, el Rey
de la gloria, en la flor de su edad, de treinta
y
tres años
y
tres
meses,
á
los veinte y cinco de marzo, con
todos sus sentidos.
:Muere nuestra vida
y
nuestro amor con muerte afrentosa,
é
inde–
hida, con grandes
angus tia~,
des;ingrado, afligido, blasfcma<lo, se–
Jiento
y
desampara<lo de to<los. Mucre el justo ,
y
en su muerte la
tierra tiembla, la s pieJras se parten,
el
v~lo
_del templo se rompe,
el ceuturion lo confiesa por hijo de Dios,
y
mu chos , hiriéndose
los pechos, muestran granile sentimiento.
¡
Oli Dios <le mi alma!
¿Qué hielo habrá que desha ga el fuego de tu cari<lad?
¿
Q11é
pena
que no quebrante?¿ Qué bron ce qnc no enternezca
y
derrita? ¿Qué
ojos que uo resuelva en hígrima s ? ¿Qué corazon tan duro c¡uc no
ablal1ll c
y
trueque en fervorosos afecLos de dulcí sima devocion?
Y
tú pecador, ¿cómo no reparas en ell o ? ¿Cómo no te enterneces?
¿Cómo no te mueves, ni aun haces una pequeña dcmostracjon de