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398

TllATADO Sl'.TllUO

rias,

y

Je todo el cuerpo

y

alma, derramaudo su Sangre, que

fué

el

precio grande con que nos rescató.

No te olvi<les del tal lleJentor, sino dile: Señor por aquel amor

con que

á

la Cruz os ofrecísteis, me penlonad ;

y

renueva la memo–

ria Je su pasion,

y

de la causa de ella; porque tus pecados le acu–

san, tus libertades le atan, tus hurtos le azotan, tus afeites

y

atre–

vimientos le dan de bofetadas, tu soberbia le corona <le espinas, tus

galas le visten de púrpura, tus pasos Jescoucerta<los

y

obras injus–

tas le tienen clavado de pies

y

manos.

1

'2.

Desde las doce hasta las tres de la tar<le, que estuvo vivo

mi Señor en la cruz, desgarrándosele las heridas Je los pies

y

ma–

uos con el peso del cuerpo, hubo un eclipse general del sol, con

1¡ue se oscureció el aire,

y

se cubrió la tierra de luto. En este tiem–

po rogó el crncificado por los que le crucificalrnn, el juez perdonó

ni ladron, el hijo encomendó

i1

la madre,

y

el maestro al discípulo)

el Verbo eterno se qurjó amorosamente al padre; la fuente de agua

viva

y

Redentor del mundo tuvo se1l;

y

los redimidos por quien <lió

su Sangre, le dieron

á

beber hiel

y

vinagre; el obediente cumplió

s11 oheJiencin con perfeccio11; el agonizante encomendó su alma

á

lJios,

y

el autor Je la vida se rindió

á

la muerte de

s11 voluntad.

Mucre viernes á las tres ele la tarde el Sefior de la lYfajcstad, el Rey

de la gloria, en la flor de su edad, de treinta

y

tres años

y

tres

meses,

á

los veinte y cinco de marzo, con

todos sus sentidos.

:Muere nuestra vida

y

nuestro amor con muerte afrentosa,

é

inde–

hida, con grandes

angus tia~,

des;ingrado, afligido, blasfcma<lo, se–

Jiento

y

desampara<lo de to<los. Mucre el justo ,

y

en su muerte la

tierra tiembla, la s pieJras se parten,

el

v~lo

_del templo se rompe,

el ceuturion lo confiesa por hijo de Dios,

y

mu chos , hiriéndose

los pechos, muestran granile sentimiento.

¡

Oli Dios <le mi alma!

¿Qué hielo habrá que desha ga el fuego de tu cari<lad?

¿

Q11é

pena

que no quebrante?¿ Qué bron ce qnc no enternezca

y

derrita? ¿Qué

ojos que uo resuelva en hígrima s ? ¿Qué corazon tan duro c¡uc no

ablal1ll c

y

trueque en fervorosos afecLos de dulcí sima devocion?

Y

tú pecador, ¿cómo no reparas en ell o ? ¿Cómo no te enterneces?

¿Cómo no te mueves, ni aun haces una pequeña dcmostracjon de