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que no existia crimen que castigar; y los tormen–
tos que se inventaron contra ellos, horribles: unos
eran envueltos en pieles de animales parn ser
devorados por los perros ; otros cubiertos de
túnicas embreadas, servian de antorchas parn
alumbrar los paseos públicos ; muchos fueron
arojados al circo para ser destrozados por las
fieras ó acuchillados por los gladiadores
y
un
gran número perecieron en las llamas. Tambicn
se empleó contra los fieles el látigo, el aceite
y
la pez hirviendo, las ten azas, lns parrill as,
y
todo lo que puedo imaginar la mas refinada cruel–
dad. Cuando los cristiauos se declaraban cul–
pables de lo que se llamaba crimen, se les apli–
caba el tormento ; no para arrancarles una nue–
va con fesion, sino para obligarlos
á
rctracl:ll'Se.
La mayor parle sufrian el martirio con herois–
mo; si vivían, los fieles los respect aba n y besa–
ban sus cicatrices; si morian, eran considerados
como santos, su sangre
y
sus huesos recogidos
y
conservados con piadoso re pelo; se les ele–
vaba altares y se establecieron en honor suyo
commemoraciones anuales. No faltaron algunos
que dominados por el temor sucumbieron ó com–
praron
á
los perseguidores con dinero ; estos
eran aplaudidos por los paganos y mirados con
lastima por los . cristianos. Se llamó
sacrificati
á
los que ofrecian sncrificio
á
los ídolos,
y
tra–
ditores
á los que entregaban los libros sagrados
pero si se arrepentian volvian al ceno de la Igle–
sia sufriendo antes la penitencia que se les im–
ponía.