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DE LA SANTÍSIMA VÍRGEN.
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turado el vientre que te llevó,
y
los pechos que te dié–
ron de mamar.
Antes bien,
replicó Jesucristo,
bienaven–
turados los. que oyen la palabt"a de Dios,
y
la ponen por
obra.
No mega el Salvador que su madre sea la mas di–
chosa de todas las mugeres: estas palabras son mas bien
una confrrmacion de lo que esta devota muge r acababa de
decir; pero como nadie puede aspirar
á
la sublime digni–
dad de madre de
Dios,
les muestra Jesus una cpsa que
nadie puede racionalmente excusarse de llega r
á
conse–
guir;
y.
sin insistir mas sobre la dicha singular de su ma–
dre, toma ,de aquí ocasion para hacer conocer á sus
oy en~
tes cuál es la felicid ad que les es propia
y
á
qu e todos
pueden aspirar, la cual es ser dóciles á la voz de Dios,
tener fe,
y
animar esta fe con las obras. Fue como decir:
mi madre es bienaventurada por haber sido elegida pa–
ra formarme un cuerpo,
y
da rme
él
luz; pero lo que la hace
verdaderamente bienaventurada, es el haber c reído:
Bea–
ta qute credidisti;
y
ved aquí lo que debeis imitar en mi
madre. La segunda vez que habla el evangelio de la san–
tísima V írgen, es cuando habiendo ido á oírle á un sitio
en donde enseñaba al pueblo,
y
habiéndole dicho al Sal–
vador que estaba allí su madre, respondió Jesus; seña–
lando con la mano
á
sus discípulos:
V eis aquí quiénes son
mi madre,
y
mis- hermanos; porque cualquiera que hac'! la
voluntad de mi Padre
,
que
e~·tá
en los cielos, este es mi
hermano, mi hermana
y
mi madre.
E sta respuesta, que
en otras circunstancias hubiera podido parecer un poco
seca, era
á
.Ja sazon misteriosa
y
aun necesaria, atendida
la disposic ion ·de los que lo oían. Los judíos,
á
quienes
anunciaba el rey no de los cielos , no le miraban sino solo
corno un puro hombre, hijo de María; iNo es este, de–
cían, el hijo de un artesano?
i
Su madre no se llama Ma–
ría?
i
Sus parientes no viven
y
están entre nosotros? Qui–
so, pues, el Salvador enseñarles á no mirarle solamente
como hijo de María ., sino
á
·reconocer en su persona aquel
c a rácter de. divinidad
qu~
no 'querían advertir, auuqu(?
se manifestaba tan claramente en sus palabras
y
en
sus
obras. Queria tambien hacerles entender que cuando se
trata de la gloria
y
de los intereses de D ios, no se debe
dar oidos ni
á
la carne ni
á
la sangre, no se debe a t ender
n i
á
amigos; ni
á
aparientes, ni á o.tra ninguna cosa del