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332

DOMINGO

VEINTE

Y

UNO

sus lágrimas, no quiso oirle; antes bien haciéndole

preri.

der por un alguacil , le man

dó p

oner en la cárcel hasta

que le pagase toda la deuda. U.na .accion tan bárbara,

y

un

tratamiento tan inhumano para una suma

de

cien dena–

:rios,

por un hombre á quien acababa de perdonársele una

deuda de diez mil ta1eatos, hizo gran ruido. Indignados

todos los otros criados de un modo de portarse tan vio–

lento, van

á

buscar

al

amo,

y

.le cuentan todo

el

hecho.

Montó

en

cólera el rey;

y

habie-ndo hecho venir á su pre–

sencia

á

aquel mal criado , le dixo enojado: Infeliz .,

re

acabo de perdonar de pura compa ion todo lo que me de–

bías, aunque era ,uQa suma

muy

excesiva,

y

esto solo por–

que me lo rogaste;

iºº

debias

tener misericordia de

tu

compañero, como

yo

la tuve de

ti,

y

perdom1rle la deu–

da? Vete

de

aquí, corazon de piedra: anda,

que

eres

in~

digno de que te se haga ninguna gracia,

y

as1 no tienes

que esperarla de mí;

y

vol.viéndose á los

m~nistros

de jus–

ticia, dixo : Que le pongan ern la cárcel ,

y

no le suelten ,

hasta que ha ya pagado toda la deuda.

No es necesario, añadió el Salvador, que os explique

esta parábola: desde luego comprendereis que este rey,

este amo significa el Padre celestial, que á la hora de

la

muerte hace dar cuenta

á

cada uno de toda su vida; no

hay

ninguno que no sea responsable á la justicia divina,

ninguno que no tenga necesidad de misericordia; ni debeis

esperarla para vosocros, sino en cuanto la exercitáreis con

los ótros. No os engañeis , no habrá misericordia para

quien no hubiere usado de misericordia: si vo<::otros

no

per–

donais á vuestros hermanos de todo corazon las ofensas

que hubiéreis recibido de éllos, no debeis esperar perdon

de

las :vuestras.

Dios

nos perdona para que nosotros perdonemos, dice

san Agustín;

y

si nosotros no perdonamos. hará revivir

la deuda. Imitemos la cónducta de nuestro Padre , si no

queremos ser deshe redados. Parece claramenre por el

evangelio de hoy, que los pecados perdonados reviven,

añade el mismo san Agustín ; esto es, la pena del pecado,

como explica santo Tomás, cuando no tenemos compa–

sion, ni usamos de caridad con nuestros hermanos. Son

dignas de notarse las palabras de este santo Doccor:

Redi–

re dimissa peccata, ubi fraterna charítas non est, aper-