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DESPUES DE
PE~TECOSTES.
12
r
por su culpa;
y
lo que os debe consolar, es, que Dios,
siempre fiel
á
sus promesas é incapaz de mandaros ja–
más cosa imposible, os proveerá en la misma tentacion
de medios abundantes para que la podais re istir; y con
tal que no os expongais vosotros mismos á la tentacion,
ni os metais por vuestro anrojo en el riesgo, Dios hará
que saqueis provecho de vuestras tentaciones: saldréis de
éllas mas fuertes para resistir á las que en adelante os vi–
nieren: estad ciertos que cuanto mas violentas sean las ten–
taciones que os asaltaren, tanto mas poderosos serán los
auxilios de la gracia con que Dios os :Socorrerá.
El evangelio de la misa de este dia nos muestra aun
mejor que la epístola, que nuestros pecados son la causa
á
que debemos atribuir siempre todas las calamidades que
nos suceden ;
y
que la mayor parte de nuestras desgracias
son castigos de nuestras culpas.
ye~do
Jesucristo. á Jerusalen
á
consum~r
su gran
sacrificio,
y
el gran rmsteno de nuestra redenc1on, no bien
hubo pue ·to los ojos en aquella ciudad , cuando movido
extraordinariamente á compasion sobre la triste suerte de
sus habitadores ,
y
sobre el deicidio que iba á poner el
colmo
y
el sello
á
su reprobacion, no pudo contener las
lágrimas:
Videns civitatem
,
flevit super illam.
Estas lá–
grimas de Jesucristo en medio de su triunfo,
y
la predic–
cion que hace de su muerte en el tiempo mismo que todo
el mundo le llenaba de bendiciones
y
de aclamaciones, son
una prueba la mas cierta de que conocia las cosas futuras
y
que babia de morir vol unrariamente
y
por su eleccion:
E stas lágrimas no denotaban que hubiese en el Señor fla–
queza alguna , indigna de su
~agestad
: eran totalmente
voluntarias ,
y
unas pruebas sensibles de la ternura de
su corazon,
y
de la compa ion que le- causan nuestras ca–
lamidades. No se lee que Je ucristo derramase una lágri–
ma en todo el curso de su pa ion. El evangelio nos ense–
ña que sudó sangre
y
agua , representándose todo lo que
babia de padecer; pero no dice que llorase: el Salvador
no derrama lágrimas sino por nuestras desdichas. La muer–
te de Lázaro, la destruccion de Jerusalen, la reprobacion
de los judíos; veis aquí el motivo de las lágrimas de Je–
sucristo.
Quia si cognovisses et tu
,
et quidem in hac die tua,