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DE CUARESMA.

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mos en la misma persuasion

~

i por qué no tenemos

el

mismo

arrepentimiento~

Se atribuye una desgracia, una

enfermedad, un reves de fortuna, la pérdida de un pley–

to, una desgracia que aflige, una calamidad pública,

á

la

malicia de un enemigo,

á

la envidia de un concurrente,

á

la poca habilidad,

á

la imprudencia de un comisiona–

do, al tra.storno de las estaciones, á la intemperie del

ayre,

á

unas causas puramente naturales; iPOr qué no

se conviene desde luego, y se pensaria la verdad, que

quienes causan nuestras aflicciones son nuestros

pecados~

ique ese hábito criminal, esas comuniones sacrílegas, esas

disoluciones escandalosas, esos pecados enormes

y

secre–

tos son el orígen de todas nuestras

desgracias~

l

por qué

no se conviene en que esa irreligion, esas profanaciones

tan comunes de los s

antos dias d

el domingo

y

de las fies–

tas: que esa falta de

res

peto.en el lugar santo, que esas

simonías, esas usuras inflaman el furor de Dios,

y

atraen

sobre los pueblos todos los castigos que los hacen gemir?

i

Por qué no se conviene en que esos hijos tan mal cria–

dos, tan impíos, tan disolutos son la causa de ese nau–

fragio , de la pérdida de ese pleyto, del mal suceso de

ese negocio, del trastorno de ese comercio, de ese mon–

ten de adversidades, de esas avenidas de males, que han

arruinado esa familia? Finalmente, i por qué no confesa–

mos, que ese juego, ese luxo, esa indevocion, ·esa poca

fe , esa menos religion son la triste causa de esa muer–

te precipitada é imprevista, que todo lo ha trastornado,

el orígen funesto de todos esos accidentes adversos, que

nos hacen derramar tantas lágrimas? No acusemos las

pasiones de los otros hombres, las

revolucion~s

frecuen–

tes de la naturaleza, el humor, el capricho, la maligni–

dad de aquellos con quienes vivimos: todos estos resor–

tes, que desconciertan la máquina , no son otra cosa que

unos instrumentos de que se sirve Dios para castigarnos.

Conozcamos la verdad,

y

confesé'mosla: nuestras pasio–

nes son nuestros tiranos: nuestras infidelidades son

-el

orí–

gen de todas nuestras' desgracias: los mayores enemigos

de nuestra felicidad, de nuestra quietud, y aun de nues–

tra fortuna, son nuestros pecados. De nosotros depende

el hacer que se interrumpa

y

cese una tan maligna corrien–

te : concibamos un verdadero arrepentimiento de nues-

B

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