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DE CUARESMA.
19
mos en la misma persuasion
~
i por qué no tenemos
el
mismo
arrepentimiento~
Se atribuye una desgracia, una
enfermedad, un reves de fortuna, la pérdida de un pley–
to, una desgracia que aflige, una calamidad pública,
á
la
malicia de un enemigo,
á
la envidia de un concurrente,
á
la poca habilidad,
á
la imprudencia de un comisiona–
do, al tra.storno de las estaciones, á la intemperie del
ayre,
á
unas causas puramente naturales; iPOr qué no
se conviene desde luego, y se pensaria la verdad, que
quienes causan nuestras aflicciones son nuestros
pecados~
ique ese hábito criminal, esas comuniones sacrílegas, esas
disoluciones escandalosas, esos pecados enormes
y
secre–
tos son el orígen de todas nuestras
desgracias~
l
por qué
no se conviene en que esa irreligion, esas profanaciones
tan comunes de los s
antos dias del domingo
y
de las fies–
tas: que esa falta de
respeto.en el lugar santo, que esas
simonías, esas usuras inflaman el furor de Dios,
y
atraen
sobre los pueblos todos los castigos que los hacen gemir?
i
Por qué no se conviene en que esos hijos tan mal cria–
dos, tan impíos, tan disolutos son la causa de ese nau–
fragio , de la pérdida de ese pleyto, del mal suceso de
ese negocio, del trastorno de ese comercio, de ese mon–
ten de adversidades, de esas avenidas de males, que han
arruinado esa familia? Finalmente, i por qué no confesa–
mos, que ese juego, ese luxo, esa indevocion, ·esa poca
fe , esa menos religion son la triste causa de esa muer–
te precipitada é imprevista, que todo lo ha trastornado,
el orígen funesto de todos esos accidentes adversos, que
nos hacen derramar tantas lágrimas? No acusemos las
pasiones de los otros hombres, las
revolucion~s
frecuen–
tes de la naturaleza, el humor, el capricho, la maligni–
dad de aquellos con quienes vivimos: todos estos resor–
tes, que desconciertan la máquina , no son otra cosa que
unos instrumentos de que se sirve Dios para castigarnos.
Conozcamos la verdad,
y
confesé'mosla: nuestras pasio–
nes son nuestros tiranos: nuestras infidelidades son
-el
orí–
gen de todas nuestras' desgracias: los mayores enemigos
de nuestra felicidad, de nuestra quietud, y aun de nues–
tra fortuna, son nuestros pecados. De nosotros depende
el hacer que se interrumpa
y
cese una tan maligna corrien–
te : concibamos un verdadero arrepentimiento de nues-
B
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