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SÁBADO TERCERO

Teniendo, pues, los dos viejos las manos sobre la ca–

beza de Susana,

y

poniendo á Dios p'or testigo de la verdad

de lo que decian, contaron públicamente lo que asegura–

ban haber .pasado en el jardin

ó

puerto

á

su

presencia.

Todo el congreso los creyó sobre palabra; y so.bre esta

deposicion la casta Susana fue condenada

á

ser apedrea–

da inmediatamente. Luego que oyó la sentencia, levan–

tando los ojos al cielo, exclamó: Dios eterno, que pe–

netras basta lo

m~s

oculto de los corazones , y

á

quien

nada se esconde, tú sabes que se ha dado un falso testi–

monio coratra mí,

y

que muero, aunque soy inocente. No

se la permitió hablar mas: fue preciso marchar hácia el

lugar de la execucion; pero el Señor. oyó su oracion ;

y

al tiempo que la <;:onducian al suplicio, suscitó el Espí–

:ritu santo un joven, llamado Daniel, quien no tenia

á

la

sazon sino doce años; queriendo Dios confundir con la sen- ·

tencia de un niño la malicia y la envejecida maldad de

aquellos falsos jueces. Este mancebo, que se hallaba en

medio del concurso, exclamó en alta voz: Por lo que á

mi toca, soy inocente en la muerte de esta muger: todo

el pueblo se volvió hácia él 'en ademan de querer saber

lQ que queria decir hablando

de

aquella suerte. El se ade–

lantó;

y habiendo callado todos,

l~s

dixo: Sois unos in–

sensatos, hijos de

Isr~el:

z.cómo habeis condenado tan pre–

cipitadamente,

y

sin examinar la verdad

á

esta muger

inocente? Volved á juzgarla de nuevo, porque es falso el

testimonio que se ha dado contra élla. El pueblo atóni–

to al ver una resolucion como ésta en un niño, r-etroce–

de al punto, y vuelven á Susana

á

la audiencia. Los an- •

danos, que eran siempre del

c~risejo,

y

que hacian la

funcion de jueces, admirados de oir al jóven Daniel, cu–

j a prudencia tenian ya conocida, . y del que ·no ignora–

ban lo ilustre de su nacimiento, pues era de la sangre

de sus reyes, le mandaron ir con éllos,

y

lo hicieron sen–

tar en medio de los jueces. Luego que se hubo juntado to–

do el pueblo, le dixeron: que pues el Espíritu de Dios

le alumbraba, se sirviese hacerlos participantes de sus

luces sobre la causa de Susana. Entonces Daniel, sentado

en medio de los dos jueces, manda que separen úno de ótro

á

los acusadores: luego habiendo hecho entrar al úno de

éllos , le dice como hombre inspirado : Viejo malvado,