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3ó4
VtERNES'
·cwAR;ro
u~iUdaél
f-
slf-éxcelencia. Esta exacta observancia es
quien
nos hace peJ fectamente dichosos.
La epístola es del capítulo
.17
del tercer libro de los
~ Reyes.
Hab>iendo ido Elías á.Sarepta, ciudad de los. sido–
, nios en Fenicia, de órden de Dios,
á
tiempo que_una
b0-
rrible hambre ' desolaba todo el pais, multiplicó milagro–
samente un puñado de harina
y
un poco de aceyte; de suer–
te, que una buena muger, que lo hospedaba en su casa,
tuvo ' con ello bastante para mantenerse á sí, á sus hijos,
y tambien al Profeta, todo el tíempo que duró la seque–
dad. Esta muger tenia un hijo, el cual cayó enfermo: fue
el mal tan violento, que el muchacho murió. La madre
desconsolada vino
á
arrojarse
á
los pies del Profeta, que
por dicha suya se hallaba en · su casa; •y penetrada del
mas vivo dolor, le dixo: No me has conservado la-vi–
da, varon ·de Dios, sino para
a~rme
el desconsuelo de ver
morir
á
mi hijo, que era tódo mi consuelo
y
toda la es–
peranza de mi familia. No has venido á mi casa sino
para acordarme mis iniquidades, y castigármelas. El ex–
ceso de su dolor no la permitió decir mas; pero sus ge–
midos y lloros hablaban mas alto que pudieran hacerlo
sus voces. Elías se movió- á compasion de su
desgraci~,
y
la dixo que la diera el cadáver de
su
hijo. Toriíólo el
Profeta, llevólo al cuarto donde se retiraba, lo pusó so–
bre su cama;
y
levantando su voz al Señor, le hizo esta
corta, pero fervososa deprecacion: Señor Dios mio,
i
por..
qué esNl buena vi-uda-, que ine hace lai caridad. de man–
tenerme lo mas bien que puede, pór' qué ha de rener el
disgusto de ver muerto
á
su
hijo~
OiGho esto,' se puso
sobre el niño por tres
veces ~
acomodando su 'cuerpo al
cuerpecito del niño, no cesando de suplicar al Señor que
le volviera la vida, volviendd
á
hacer entrar su alma en
su q1erpo:
R evertatur, obsecro, ani-m'a pueri hujus in v/s-
ce1·a ejus.
'
.,
'¡"
· El Señor oyó al punto la. oracíon del. Profeta, y le
volvió al niño la vida. To1nólo Elías en sus brazos, y
hab iendo baxado de su cuarto, lo puso en manos de su
·madre, la cual, transportada toda de gozo, le d ixo: Aho–
ra conozco
á
vista de esta· a-ecioh, que eres verdadera–
meq te un varon de Dios,
y
que el espíritu rdel Señ?r ha–
bla por tu boca. ·La proteccíon ,de las gen.tes de bien es
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