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192

DOMINGO

puesto al escarnio del populacho insolente; le escupirán

en la cara , le azotarán cruelmente ;

y

por último le con–

denarán

á

morir en una cruz; pero su muerte será seguiJ

da de una resurreccion gloriosa. Todo este discurso era

para los apóstoles un enigma en que nada comprendían.

No podían comprender cómo el Mesías, por tanto tiempo

esperado , podía ser tratado de una manera tan indigna;

y

rio podían entender cómo se habían de componer tantas

ignominias con la dignidad y grandeza de la persona de

su maestro. El misterio de la muerte del Hijo de Dios por

la alvacion de los hombres les era todavía escondido. Je–

sucristo no dexaba de hablarles de él á menudo, para

que cuando viesen cumplirse lo que se les babia pr ;:licho

tan positivamente, se asegurasen, y comprendie) n á lo

menos por entonces, que la pasion del

,,.:/r

babia

sido voluntaria, y que no babia muerto sino

po ~·que

habia

querido.

.

Estando Jesus en esta conversacion con lós apóstoles,,

y

a

·.~ rcándose

á Jericó un ciego que estaba sentado á un

lad . el camino pidiendo limosna, oyendo pasar una tro–

pa

.... gentes, que salían de la ciudad para ver al Salva.:..

' aor , preguntó cuál era el motivo de aquel tropel ; y res–

pond iéndole que pasaba por allí Jesus Nazareno , excla–

mó al punto ; Jesus, hijo de David, compadeceos de

mí.

¡Qué d'

,'_.-¡'só

fue este hombre en haberse sabido aprove–

char ta

~f::1ien

de la presencia del Salvador! Si hubiera de–

xado

.l};ar esta ocasion , es muy factible que hubiera

muert ·en su ceguedad. Hay momentos en que Jesucristo

se acerca mas al pecador, haciéndole sentir mas vivas las

impresiones de su gracia; estos momentos son preciosos,

y

ordinariamente no vuelven. ¡Ay de aquel que los dexa

escapar! Los que iban andando, le decían que callara , di–

ce la historia sagrada; pero entonces era cuando él grita–

ba con mas fuerza: Jesus, hijo de David, compadeceos

de mí.

Así

los judíos , como los extrangeros

y

paganos,

que tenían trato con los judíos, estaban en la persuasion

de que el Mesías había de ser de la raza de David;

y

así

le nombraban

y

llamaban baxo de esta calidad. Jesus se

detuvo, hizo aceri:ar al ciego,

y

le preguntó, qué queria.

· ¡Ah Señor!

todQ lo

que

yo

os suplico, es que vea. Vee,

le

dhco

Jesus;

y en

el mismo

instante

vió.

Este

milagro