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326

DOMiNGO

VE iNTE

Y UNO

zon

a.

nues t ros hermanos las ofensas que hemos recibi–

do

de

ellos , si queremos que Dios nos perdone

a

no–

so tr os los pecados que hemos cometido contra su d ivi·

na Magestad. La epístola que precede

a

este evangel io

es el sexto

y

último capítulo de la car ta de San Pablo

a

los efesinos ' en que despues de haber exhortado

a

to–

do . el mundo

a

cumplir con todas las obligaciones del

estado de c ada uno;

a

los hijos

a

obedecer

a

sus pa–

d res '

y

los c riados ª ·sus amos;

a

los padres y madres,

como tamblen

a

los amos'

a

acordarse de sus obliga–

ciones para coa sus hijos y criados; les advierte, que

para r esistir

a

los enemigos invisibles de nuestra ·salva-

- cion, es necesario que se revistan de las armas de Dios,

las que nombra una por una; y acaba su

~arta

6tn.CO-

d / d

.

f1

ill .;!n an ose en

sus orac10nes.

El intróito de la misa es de la oracion que hizo

a

Dios Mardoqueo, juntamente con el pueblo judáico, para

suplicar

al

Señor se compadeciese' de las lágrimas y ge–

m idos de un pueblo que

le

erá singulármente devoto,

y

a

quien la arrogancia de un solo hombre queria ani–

quilar y exterminar en un solo dia por todo

el

mundo.

- Bastante notoria es la historia de la reyna :Estér, so–

brina de Mardoqueo. Habiendo éste por motivo de re–

ligion rehusado tributar

a

Aman, válído del rey Asue–

ro , unos honores que su conciencia no le permitía ha–

cerle, cayó tanto en desgracia de este primer ministro,

que para vengarse este hombre orgulloso de la preten–

dida fa lta de respeto de Mardoqueo, resolvió hacerle pe–

recer

a

él

y a

toda

la

nacion judáica. Publicóse el

edic–

to que proscribia

a

todos los judíos que se hallasen en

el

imperio de los pérsas,

y

fixóse el dia en que se ba–

bia. de executar esta cruel

y

horrorosa matanza. Decía

el

edicto, que el dia catorce de adar, que era el duo–

décimo mes del año , todos los judíos , hombres , muge–

r es y niños fuesen degollados sin perdonar

a

nadie.

No–

ticioso Mardoqueo del contenido de un tan cruel edk-

- to, rasgó sus vestiduras, se vistió

de

un saco , se puso

ceniza sobre

la

cabeza,

fué

gritando por toda la

ciu–

dad que era una cosa horribl<i! querer destruir de aquel

modo

a

Ullq

nacían inocente. Llegó lamentándose de esta

~uerte

hasta

la puerta

del

palacio ,

y

allí aumentó

sus

cla-