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DOMiNGO
VE iNTE
Y UNO
zon
a.
nues t ros hermanos las ofensas que hemos recibi–
do
de
ellos , si queremos que Dios nos perdone
a
no–
so tr os los pecados que hemos cometido contra su d ivi·
na Magestad. La epístola que precede
a
este evangel io
es el sexto
y
último capítulo de la car ta de San Pablo
a
los efesinos ' en que despues de haber exhortado
a
to–
do . el mundo
a
cumplir con todas las obligaciones del
estado de c ada uno;
a
los hijos
a
obedecer
a
sus pa–
d res '
y
los c riados ª ·sus amos;
a
los padres y madres,
como tamblen
a
los amos'
a
acordarse de sus obliga–
ciones para coa sus hijos y criados; les advierte, que
para r esistir
a
los enemigos invisibles de nuestra ·salva-
- cion, es necesario que se revistan de las armas de Dios,
las que nombra una por una; y acaba su
~arta
6tn.CO-d / d
.
f1
ill .;!n an ose en
sus orac10nes.
El intróito de la misa es de la oracion que hizo
a
Dios Mardoqueo, juntamente con el pueblo judáico, para
suplicar
al
Señor se compadeciese' de las lágrimas y ge–
m idos de un pueblo que
le
erá singulármente devoto,
y
a
quien la arrogancia de un solo hombre queria ani–
quilar y exterminar en un solo dia por todo
el
mundo.
- Bastante notoria es la historia de la reyna :Estér, so–
brina de Mardoqueo. Habiendo éste por motivo de re–
ligion rehusado tributar
a
Aman, válído del rey Asue–
ro , unos honores que su conciencia no le permitía ha–
cerle, cayó tanto en desgracia de este primer ministro,
que para vengarse este hombre orgulloso de la preten–
dida fa lta de respeto de Mardoqueo, resolvió hacerle pe–
recer
a
él
y a
toda
la
nacion judáica. Publicóse el
edic–
to que proscribia
a
todos los judíos que se hallasen en
el
imperio de los pérsas,
y
fixóse el dia en que se ba–
bia. de executar esta cruel
y
horrorosa matanza. Decía
el
edicto, que el dia catorce de adar, que era el duo–
décimo mes del año , todos los judíos , hombres , muge–
r es y niños fuesen degollados sin perdonar
a
nadie.
No–
ticioso Mardoqueo del contenido de un tan cruel edk-
- to, rasgó sus vestiduras, se vistió
de
un saco , se puso
ceniza sobre
la
cabeza,
fué
gritando por toda la
ciu–
dad que era una cosa horribl<i! querer destruir de aquel
modo
a
Ullq
nacían inocente. Llegó lamentándose de esta
~uerte
hasta
la puerta
del
palacio ,
y
allí aumentó
sus
cla-