DE
QUARESMA.
23r
mo ,
que
llamaba
ordinariamente el
reyno
de Dios,
dis–
poniéndolos
así para la gran
fiesta
de
pascua , que estaba
ya
próxima. Era ya tarde,
y
el sol empezaba
:i
baxar:
por
este motivo
los
apóstoles le
rogtron que despachará
á to–
do el
pueblo. Acababa de
curar
á
todos los enfermos
que
se le habian
presentado,
y
era
ya
tiempo que el pueb!o
se retir..ase
á
las poblaciones vecinas
para
buscar alojamien–
to,
y
tomar
algun
alimento;
porque
la mayor parte estaban
aún en ayunas. Pero el Salvador pensaba todavía
mas en
sus
necesidades ,
que ellos mi5mos. Por lo
que encarándose
á
uno
de
lrn~
doce,
llamado Felipe , le
dix:o:
i
de donde
comprarémos
p an
para
que
coman
éstos
~
Esto lo decia
para
p robarlo ,
dicl.!
el
evangelista,
porque
sabia muy bien .
lo que debia hacer. Felipe le respondió, que aunque tuvie..:
rao
doscien tos denarios , no bast<l rlan
p·ua
comprar
mi
bocado de pan para cada uno ( Los doscientos
denarios
h<i&cen
ochocientos
reJles
de
nuestra
moneda ). Otro
de
sus
apóstoles ,
llamado
Andres, hermano de Simon, al oír es–
to,
le
dix'1:
Señor,
aquf
hay
un
mozo
que tiene c inco
p1-
nes de cebada,
y
dos peces.
i
Pero qué es esto , añad ió, pa·
ra tanta
gente~
En efecto,
habia
allí cerca de ci nco mil
ho,nbres ,
sin contar mugeres
y
niños.
i
Pero
fa
ta
jama-; na–
da
quando
se
está al cu ijado
de
la
divina
providenci ~1?
Ha–
ced sentar al pueblo sobre
el
heno,
dixo
J esm
á
sus discí–
pulos ,
y
no os dé pena por
nada. L1:1ego , tomando
aquel
poco
de
pan
y
los dos peces, levantaZido los ojos al cielo,
y
y
dando
gracias
á
su
Padre,
de
quien habia recibido el po·
der de obrar toda suerce
de
milagros , los bendixo ;
y
ha–
bil;!nJo pnti3o los
panes ,
y
dividido los
dos peces, se multi–
plícáron de tal suerte los pedazos entre sus manos , que los
di
dpulos,
á
qui enes
los
distribuía, tuviéron para repa rt ir
abundantemente á
todo el
pueb lo.
Todos quedáron
sa tisfe–
cho5 de comida,
y
quedó
des
pues de
todo
pa ra llenar
do–
ce grandes canastas.
Lo~
discípulos
juntáron
estas
precio–
sa~
sobras por órden
del
mismo
Jesucristo, que no
que–
ria
se des perdiciase nada,
y
que deseaba
se
conservara
entre ello'i la memoria de un tan
grande
milagro; ense–
ñándonos con
esto ~
que todo lo que viene de Dios, es
pre–
cioso,
y
que la
me rnorb de los
favores del cielo es de
la
mayor
conseqücncia. Se ve
aquí, como tambien
en
muchas
partes
dd
evangelio,
el cuidado del
Salvador
en
persua-.
P 4
dir