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NOVIEMBRE. DIA IX.

cía en

las iglesias, tiene su orígen casi desde la misma

cuna,

y

es

bien extraño que no

se repare y

no nos cho–

que

un abuso tan comul\

que

va creciendo con la edad.

Llévanse

a

la iglesia los niños quando no son capaces de

comprehender la santidad del lugar en que están, ni del

divino sacrificio

a

que asisten. Oáseles libertad para obrar

en

todo como niños, para correr, enredar, gritar ,

y

algunas

veces con mas licencia que se les permitiria en casa

de

sus

padres

o

en una visita. Esta irreligiosa costumbre se fo r–

tifica

y

crece con los años. Acostúmbranse

a

mirar

la

iglesia como una casa particular

y

puramente secular. No

-corrige la razon la irreligion , porque ya se hizo costum-.

bre. Nunca se les reprehendió esto quando niños; por eso,

quando mas adelantados en edad , no son mas .devotos,

mas modestos, ni mas contenidos. Antes su indevocion,

quando

ya

adultos, se adelanta

a

la costumbre contraída

desde la niñez de estár en la Iglesia sin modestia, sin cir–

cunspeccion

y

sin respeto. Remedia este daño,

y

no to-–

leres jamas que

a

tus hijos se les acostumbre

a

semejantes

irreverencias. No

se

condena que se lleven los

niños

a

las

iglesias desde la tierna edad ; pero es necesario inspirar–

los desde luego el respeto

y

el religioso temor con que de–

ben estár en

ellas , s

in disimularles nunca la menor irre–

verencia. Lo

mis.mo

se debe hacer con los criados , ense–

ñándolos en

este pun

to mas .con los exemplos que con las

palabras. Es esta una materia en que no cabe exceso de se–

veridad ni de delicadeza,

y

los padres

y

maestros tendrán

que dar

a

Dios terrible cuenta en este particular.

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·

D 1

A

D 1 E Z.

Santa Teotiste, vírgen

y

solitaria.

N

O hay

cosa mas admirable que la

sabi~uría

de Dios:

sus

golpes desconciertan toda la prudencia humana,

y

se abre caminos que ésta no puede penetrar , tan dis–

tantes de los caminos de los hombres, como lo está el cie–

lo

de

la tierra.

Sobre todo

resplandece

la

divina sabidu-

ría