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NOVIEMBRE.

DIA VIII.

117

pleaba la noche en oracion,

y

el dia en el estudio ,

y

en

cantar las divinas alabanzas. Derramaba Dios tantas luces

en aquella pura alma, inundábala de tantos consuelos, que

en sus discursos se conocía la plenitud de las primeras ,

y

en sus dulces lágrimas la abundancia de los segundos. Quan–

do llegó

a

los veinte

y

cinco años' quiso su abad que se

ordenase de sacerdote ., en cuyo precepto tuvo mucho que

sacrificar su humildad. Poco despues que recibió el ca–

rácter sacerdotal, así el arzobispo de Rems, como los pre–

lados de la provincia, deseosos de ver renovada la obser–

vancia en el monasterio de ·nuestra señora de Nogent, le

eligiéron por su abad. Todo lo

ha~ló

lleno de confusion:

la iglesia arruinada, las celdas casi

p~r

tierra., enagenadas

las rentas, cubierto de zarzas

y

de maleza el recinto del

monasterio. No le acobardó aquel lastimoso expectáculo:

reparó la iglesia, fabricó nuevos dormitorios. recobró las

rentas usurpadas ,

y

proveyó

él

las necesidades de los mon–

ges con tanta prudencia , que se conoció claramente an–

d aba la mano de

Dio~

con el nuevo Josef. Hizo mas: vol–

vió

a

entablar la observancia regular con tanta perfeccion,

que el monastcrfo de Nogent se hizo uno de los mas

fa–

mosos del pais. Era el santo abad modelo de penitencia..

Su mayor regalo eran una yerbas cocidas con un poco de

sal. Quiso el cocinero en cierta ocasion sazonarlas con no

se qué mas, y fué severamente reprehendido. Hacia fre–

qüentes platicas

a

sus monges, todas eficaces . y llenas de ,

mocion. Alentábalos al exercicio de todas las virtudes,

exhortábalos al menosprecio de las cosas del mundo ,

y

los

en ~eñaba

a

vivir únicameate para el cielo: sabia

con–

descender prudentemente con los flacos., sin que la con–

descendencia degenerase en falta de vigor. Imitaba la pru–

dencia del gobierno divino, en que se junta la fortaleza

con la suavidad. Comunicóle Dios el poder de Elías,

y

a

su oracion se desataban las nubes, y caía del cielo

Ja _

lluvia. Volaba su fama por toda Francia,

y

habiendo re–

nunciado voluntariamente su obispado Gerbano, obispo de

Amiens, el clero y el pueblo pusiéron los ojos en Godefri-c

do para ocupar aquella silla. Resistióse por largo tiempo;

pero se rindió en fin al precepto del cardenal Ricardo, le–

gado apostólico, que presidia el concilio de Troyes.

La

nueva dignidad solo sirvió para hacer mas visible su mo-

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des-