NOVIEMBRE.
DIA VIII.
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pleaba la noche en oracion,
y
el dia en el estudio ,
y
en
cantar las divinas alabanzas. Derramaba Dios tantas luces
en aquella pura alma, inundábala de tantos consuelos, que
en sus discursos se conocía la plenitud de las primeras ,
y
en sus dulces lágrimas la abundancia de los segundos. Quan–
do llegó
a
los veinte
y
cinco años' quiso su abad que se
ordenase de sacerdote ., en cuyo precepto tuvo mucho que
sacrificar su humildad. Poco despues que recibió el ca–
rácter sacerdotal, así el arzobispo de Rems, como los pre–
lados de la provincia, deseosos de ver renovada la obser–
vancia en el monasterio de ·nuestra señora de Nogent, le
eligiéron por su abad. Todo lo
ha~ló
lleno de confusion:
la iglesia arruinada, las celdas casi
p~r
tierra., enagenadas
las rentas, cubierto de zarzas
y
de maleza el recinto del
monasterio. No le acobardó aquel lastimoso expectáculo:
reparó la iglesia, fabricó nuevos dormitorios. recobró las
rentas usurpadas ,
y
proveyó
él
las necesidades de los mon–
ges con tanta prudencia , que se conoció claramente an–
d aba la mano de
Dio~
con el nuevo Josef. Hizo mas: vol–
vió
a
entablar la observancia regular con tanta perfeccion,
que el monastcrfo de Nogent se hizo uno de los mas
fa–
mosos del pais. Era el santo abad modelo de penitencia..
Su mayor regalo eran una yerbas cocidas con un poco de
sal. Quiso el cocinero en cierta ocasion sazonarlas con no
se qué mas, y fué severamente reprehendido. Hacia fre–
qüentes platicas
a
sus monges, todas eficaces . y llenas de ,
mocion. Alentábalos al exercicio de todas las virtudes,
exhortábalos al menosprecio de las cosas del mundo ,
y
los
en ~eñaba
a
vivir únicameate para el cielo: sabia
con–
descender prudentemente con los flacos., sin que la con–
descendencia degenerase en falta de vigor. Imitaba la pru–
dencia del gobierno divino, en que se junta la fortaleza
con la suavidad. Comunicóle Dios el poder de Elías,
y
a
su oracion se desataban las nubes, y caía del cielo
Ja _
lluvia. Volaba su fama por toda Francia,
y
habiendo re–
nunciado voluntariamente su obispado Gerbano, obispo de
Amiens, el clero y el pueblo pusiéron los ojos en Godefri-c
do para ocupar aquella silla. Resistióse por largo tiempo;
pero se rindió en fin al precepto del cardenal Ricardo, le–
gado apostólico, que presidia el concilio de Troyes.
La
nueva dignidad solo sirvió para hacer mas visible su mo-
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des-