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[I-
Llegando
á
esta época, la historia de la Impren•
ta
se presenta libre de todo velo misterioso y de
toda divergencia de opiniones: las contradiccio–
nes de los autores que se han ocupado de la mate.
ria, sólo se refieren al orígen de la inventiva, al
nombre del inventor
y
al lugar donde nació este
mismo invento.
Aunque varias ciudades pretenden irrogarse el
honor de haber visto nacer en su seno el sublime
-arte de la Imprenta, es un hecho positivo
y
san–
cionado que sólo dos de ellas han podido con
cierta justicia disputarse esta preeminencia: Har–
lem, que atribuye este invento á Lorenzo Coster,
y Maguncia, que discierne esta gloria
á
Juan Gut·
temberg.
Si es cierto que Coster tiene méritos contraídos
á la gratitud de sus conciudadanos por haber ini–
ciado algunos ensayos en este sentido y
ha~er
si–
.do el primero que haya hecho letras sueltas ta"Tia–
aas en madera, su procedimiento es considerado
por demás rudimentario; y si aceptamos que es–
tas toscas letras· de Coster le hayan sugerido á
Guttemberg el hacer ensayos en igual sentido,
está plenamente demostrado que él ha ido modifi–
cando el procedimiento de la impresión mediante
tipos ó caracteres perfeccionados, como lo vere–
mos más adelante, y sobre todo con el invento de
la
prensa,
con la cual coronó su brillante obra.
Pero, para que la verdad de los hechos resplan–
deciera con v'ívidos destellos á la faz del mundo,
han trascurrido largos afíos de acaloradas polémi–
cas entre los partidarios de Coster
y
los de Gut–
temberg, y se han escrito abultados volúmenes
sobre esta materia, hasta que por fín agotados to–
dos los argumentos, la posteridad justiciera pro–
clamó á Guttemberg como el verdadero inventor
del incomparable arte de la Imprenta.
Sin embargo, dignos de recordación son los
tenaces polemistas que han luchado con
tesón