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J
GLORlA.
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nes quejumbrosas,
y
vol~ía
á
caer
en su hondo
, le,targo. Había '
en
la quietud de sus agujas
so–
bre
1,8,
blancli esfera numerada, algo semejante
á
-entornados párpados y
á
respiración sosega–
da
y
profunda. Viéndole, veíase
á
uno que
duerme.
,
/
En
las habitaciones altas había .otro de
chi·
, mene-a que, troc.ado en bufón, reía de los gran–
des cha.scos que daba
á
sus amos
y
del ,t!8S–
' torno que producía.
Su
¡conducta era más pro–
pia de un pillete que de un reloj. Así, cuando
eran
l~s
seis, él marcaba
y
tafiía las .once,
Ó
; iceversa,
y
á · v~ces
se ti'agaba medio día lin–
damente,
ó
se 'empefiaba en hacer creer que el
sol salía después de misa mayor. 'Siempre que
este buena pieza le daba
un
bromazo, decía
Francisca tristemente:
cAnda, hijo , anda: no eres tú solo
el
que
disparata. Como
tú
van
todas
l 8 S COS8S'
de
esta casa. '
Las habitaciones de
D.
Juan habian perma–
necido cerradas hasta
que
llegó D. Buenaven–
tura, qu_e, tomándolas para sí, pasaba allí
lar–
gas horas , ordenando los manuscritos
y
cartas
de su _hermano y completando el catálogo de
la biblioteca. Serafinita vivía
en
la planta baja,
por ser enemiga de escalel'as, y Gloria
conti–
nuaba moraudo en su habitación
primitiva.
l'
,..