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JOYAS DE LA BIBLIOTECA

Asf, desde el instante en que pensamos en un libro titulado

Joyas,

cuya intencion sumaria era dotar a

la Biblioteca Nacional de una edicion que mostrara lo que contenfa de valioso en sus fondos bibliogra–

ficos, comenzamos a revisar sus fondos de la manera mas exhaustiva posible. Pronto nos dimos cuenta

que la riqueza era de tal orden que sobrepasaba de seguro todo conocimiento individual, incluyendo el

de los investigadores mas acuciosos que nos hon visitado. Es un asunto de sentido comun, nadie recorre

todos los libros sino aquellos que necesita para una pesquiza espedfica. Estoy diciendo que quedamos

deslumbrados ante la riqueza informativa pero tambien visual, artfstica, que ahora espera nuevos lectores

e investigadores.

Los libros que fbamos a abrir y fotografiar, hay que decirlo, son particularmente hermosos. Corresponden

a una edad de oro de la imprenta, entre el siglo XVI y el XIX. Estan editados en un inmejorable papel, y

es por eso que atraviesan el tiempo. Sus portadas estan concebidas como iglesias y catedrales. No hay

duda que en la epoca virreinal y republicana del XIX, conocer era tambien mirar. Por lo demas, antes

de la invencion de la fotograffa, los libros del pasado colonial gozaron de las artes liberales, es decir, de

la acuarela, los dibujos a pluma, de los grabados. El resultado es que son un festfn para los sentidos. Son

parte del barroco colonial, tanto como los cuadros de la escuela cusqueiia o la arquitectura eclesias–

tica. Provienen de un tiempo peruano en el que un libro era raro, caro y objeto de asombro y lujo. Se

les contaban, a esos volumenes, en las testamenterfas, al lado de los esclavos negros, la inmobiliaria, los

trajes. AsL decidimos marcar delicadamente las paginas de los ejemplares consultados, y pasar a foto–

grafiarlos, uno por uno.

Es lo que hicimos, Irma Lopez de Castilla por un lado, yo por el otro (acaso en las noches, robandole

tiempo a mis obligaciones de funcionario) Los libros iban y venfan, de sus estantes y bovedas y cajas

fuertes, al salon de arte -sin salir del recinto de la Biblioteca- donde Yonel Campos, nuestro fotogra–

fo institucional, hizo miles de fotos . Fue un trabajo benedictino, y pasamos semanas y meses en hurgar

incunables y centones coloniales, para ver su estado, y tomar notas pero sobre todo para recuperar

graficamente las presentes imagenes. No solamente porque estaban destinadas a preparar el presente

libro, sino porque, hoy, siendo un mfnimo muestrario de maravillas, pueden ponerse maiiana al servicio

del publico. En efecto, hemos reunido millares de fotos, divididos en 15 carpetas, las de Yonel, a la que

por mi parte he dado una clasificacion por materias. Barroco colonial. Catecismos y lenguas. Costum–

bres. Fauna imaginaria. Historia. Humboldt. Incas imaginarios. Mujeres y tapadas. Pensadores coloniales y

teologos. Viajes y mapas. Cuando algun dfa la Biblioteca Nacional cuente con la infraestructura tecnica

que merece, esas fotos seran fondo abierto al publico,

y

ademas, a la venta comercial por internet, como

en las grandes y actualizadas bibliotecas del mundo. Recuerdo haber acudido en alguna ocasi6n a la

Public de New York, para solicitor una imagen, con el fin de utilizarla en una edicion, cuando era profesor

en Francia. Me inscribf con una m6dica sumo de dinero, luego consulte a distancia su catalogo de ven-

. tas, me identifique con mi numero de socio, y Qbtuve el permiso, y vuelto a Tahiti, donde vivfa, en pleno

Oceano Pacifico, no solamente consultaba sino recibfa imagenes en alto resoluci6n. El mundo global es

un hecho. Todavfa no hemos ingresado al mismo. Cabe decir a nuestra close polftica y administrativa,

que la Public de New York recaba por venta comercial de sus fondos por Internet, es veinte veces mas

que lo recibe de ayuda estatal del Estado de New York. Acercarnos a un modelo de entidad capaz de

generar sus propios recursos no es una utopia. Necesitamos m6quincis (scanners) , para comenzar a pa–

sar a la BNP, a la era digital. Deseo este porvenir de autonomfa financiera a la vieja BNP, y su disfrute al

Director que me sustituya,

y

lo digo con la alegrfa de haber hecho lo imposible para que de una vez por

todas, deje de haber bibliotecarios mendigos.

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Por lo demos, el sentido mismo de la Biblioteca, o de cualquiera otra, la manera como se hon aproxi–

mado a ella los usuarios, se ha ido modificando en las ultimas decadas. Puedo aquf incluir, sin rubor, mi

Joyas de la Biblioteca