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el bien o mal que cada uno pa–

saba, aunque más en particular

por los más propincuos.

Cada año o cada dos años,

o más o menos, como había

la disposición, admitían los

mozos Incas (que siempre se

ha de entender dellos y no de

otros, aunque fuesen hijos de

grandes señores) a la aprobación militar: habían

de ser de diez y seis años arriba. Metíanlos en una

casa que para estos ejercicios tenían hecha en el

barrio llamado Collcampata, que aún yo la alcancé

en pie y vi en ella alguna parte destas fiestas, que

más propriamente se pudieran decir sombras de

las pasadas que realidad y grandeza dellas. En esta

casa había Incas viejos, esperimentados en paz y

en guerra, que eran maestros de los novicios, que

los examinaban en las cosas que diremos y en otras

que la memoria ha perdido. Hacíanles ayunar seis

días un ayuno muy riguroso, porque no les daban

más de sendos puñados de

zara

cruda, que es su

trigo, y un jarro de agua simple, sin otra cosa algu–

na, ni sal, ni

uchu,

que es lo que en España llaman

pimiento de las Indias, cuyo condimento enrique–

ce y saborea cualquiera pobre y mala comida que

sea, aunque no sea sino de yerbas, y por esto se lo

quitaban a los novicios.

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