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Al pisar la tierra tan deseada, emprende marcha la pequeña
columna en direccion al pueblo, yendo á su frent e el C•
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Ferrer.
Al llegar al arenal que hay entre el pueblo y el muelle, hacen
alto, formados en ála, para orientarse sobre el rumbo que
debian tomar; pues debemos hacer presente que al embarcarse
esta espedicion en Buenos Aires no contaba con proteccion
ni combinacion alguna en el Estado Oriental, ni sabia en qué
estado se encontrarian las costas, embarcáronse al azar, dis–
puestos á todo, lo mismo á morir que á salir airosos de su empresa.
A los pocos momentos de estar en el arenal se presenta un
individuo regularmente vestido, montado en un hermoso caba–
llo. Se dirige directamente hácia ellos y al reconocerlos
fu_é
tal
el susto que se dió, que sin darse cuenta de lo que decia, excla–
ma á voces:-Yo
creí que fuera gente del Gobierno!
El Comandante Bellido, trata de obtener algunas noticias
sobre las fuerzas que ocupaban el pueblo y sobre las que es–
taban por los alrededores, sin podor obtener ninguna de aquel
hombre enmudecido por el temor.
Entonces se r esuelve á apoderarse del caballo para ir en
persona á explorar el pueblo, pero antes tuvo la suerte de
encontrar en un alambrado inmediato cinco caballos que en
el acto condujo donde estaban sus compañeros y que sirvie–
ron para cinco soldados que, con Bellido al frente, marcharon
directamente al pu eb lo á fin de descubrir lo que allí existiera,
quedando el resto de la gente en proteccíon por lo que pu–
diera suceder. •
Precipitadamente y arm'ando una griteria infernal p enetraron
hasta la plaza del pueblo, teniendo la gran suerte de no hallar
mas fuerzas que una policia, que al sentirlos, creyendo que
era Aparicio el que se presentaba, huyó despavo rida á todo
escape, dejando su puesto completamente abandonado. Los
revolucionarios , una vez que se convenci eron de la fuga del
enemigo recorrieron toda la poblacion en busca de caballos, y
como no los encontrasen, salieron de allí pasando á la costa
del arroyo del Sauce, donde hallaron unos veinte y tantos que
sirvieron para montar á toda la columna.
Del arenal de Palmira, despues de entr egar el. caballo ensi–
llado á su dueño y poner en lib ertad á los prisioneros que esta–
ban en el bote, emp rendieron marcha los nacionalistas para
Martin Chico, en cuyo punto amanecieron.