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de los Padres Dominicos en la villa de Azpeitia; pero Amilivia,

que lo que menos le importaba eran los textos y Horacio y Vir–

gilio, que lo que deseaba con toda la vehemencia de su alma

juvenil era ponerse la tradicional boina carlista é ir á pelear por

Don Carlos V, se fugó del colegio y se presentó voluntario al

Coronel Iturbe, jefe del 4° batallon de Guipúzcoa.

Trece años solamente tenia Amilia cuando se presentó al

servicio. Por esta razon, apesar de su entusiasmo, desconfia–

ba que lo admitiesen en las filas carlistas; como así sucedió,

teniendo además en su contra que el Coronel !turbe era amigo

de su familia, á quien le avisó en seguida que se le había pre–

sentado aquel voluntario y que lo vinieran á buscar, lo que se

verificó inmediatamente, viniendo su hermano mayor, que lo

condujo al hogar paterno.

Dos meses pasaron despues de este suceso; pero Amilivia

que no podia olvidarse de los Carlistas, que soñaba con bata–

llas y combates, decidió presentarse nuevamente, pero á otro

jefe que no conociera á su familia y llevándose con él un pa–

riente de mayor edad, mozo bizarro y de aspecto militar, con

la astuta idea de que por el otro no lo rechazarían á 'él. Pre–

sentóse, pues, al Comandante Zoroa, en Azcoytia, teniendo la

suerte esta vez de que lo admitieran al servicio y le entregasen

un fusil de sargentos, algo mas corto que los demás, con su

bayoneta correspondiente y la dotacion necesaria de cartuchos.

Que alegria la de Amilivia al verse poseedor de estas armas

y con el uniforme pintoresco de los carlistas!..... Es el mayor

momento de placer que ha esperimentado en su larga y azarosa

vida.-Ya no tendré envidia á los carlistas, decía con noble

orgullo, pues yo tambien tengo fusil y bayoneta para acom–

pañar á D. Cárlos en sus peligros.

Al día siguiente de presentarse marchó la partida que man–

daba Zoroa

á

Oñate, en cuyo pueblo lo destinaron

á

un peloton

de reclutas; pero era tanto el entusiasmo que tenia por la

carrera militar, que á los 4 ó 5 días de ejercicio conocía perfec–

tamente bien el manejo del fusil.

Un dia de estos en que hacían ejercicio, estando el peloton

en la plaza de Oñate y Amilivia sirviéndole de figurín, fué

visto por su hermano Policarpo, que murió- en nuestro país,

siendo cura de almas de la ciudad de Mercedes, desde un

balcon donde estaba conversando con el General Alza.

No fué chico el susto que se dió Amilivia al verá su hermano