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que pretendían que los momentos eran urgentes y decisivos;
razon tambien por la cual el General Aparicio no atacó á la
ciudad en los primeros días que ll egó, como eran sus deseos, y
cuando quizás hubiera triunfado porque el gob ierno, mas pre–
visor que ellos, no los esperaba mientras tuvi era fuerzas en
campaña.
¿Se cumplió algo de lo que le prometieron? ¿Existian las legio–
nes con que aseguraban a lg unos contar dentro de la misma pla–
za? -¿Existian las conspiraciones que se decían hechas entre las
fuerzas enemigas ? Nosotros hasta ahora lo dudamos, y si exis–
tieron fu é tan problemática, tan invisible su existencia, que ja–
más llegó á traducirse en un solo hecho real.
Cuando el ejército revolucionario vino á sitiará la capital ,
tendría á lo sumo, cinco mil hombres, siendo casi en su totali–
dad del arma de caballería.
Sitiada Montevideo, plaza fuerte que contaba con mas de
tres mil homb res de lín ea de las tres a rmas dentro de trincheras
y con no menos de dos mil guardia
nacionale , fo rtificada en
inmejorables condiciones y defendida por varios buques de g ue–
rra y por la fortaleza del Cerro, -
empezó un
in número de
pequeños combates, día por día, en las líneas avanzada , peleán–
dose constantemente en las guerrillas durante el a edio: en
cuyos combates y p eleas perdióse bastante gente por amba
partes. Dediquemos aquí un r ecuerdo
á
los valiente
orone lo
Chalá y Basañez, q ue murieron como bueno , y á Fragueiro,
Liñan y á tantos otros ciudadanos que a llí se acrificaron .
Durante el sitio se incorporó á la revolucion muchí ima g n–
te de Montevideo y de Buenos Air es, que no se le había pod i–
do reunir antes, y se pasaron infinidad de
so~dados
del enemigo
contándose entre estos un Capitan Juan Ig nacio que condujo
un escuadron de caballe ría de lín ea de los que mandaba el Co–
ronel Courtin, el Comandante Mar consini con varios soldados
de la Legion Italiana, y la Banda de Música del 2°. de Caza–
dores. Llegó
á
tal punto el entusiasmo de servir con los revo–
lu cionarios, que todos los di as babia que r chaza r infinidad de
muchachos que vení an á pr sentar e voluntarios al General
Aparicio y no hubo un solo nacionalista, aun aqu ll os de edad
avanzada, que no se presentase
á
ofrecer su concur o como don
Francisco Lecot, D. José Curbelo, el doctor Capdeurat
y
tan–
tos otros.
Se formaron varios batalloncitos de infantería, entre ellos