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LA

3

~

.

·Co.PÁCABA.NA

Jo

\

Apuntes históricos por el R. P.

P~DRO

CORVERA, o.

f.

m. ,

/

_

l~l[~~~iJic::(X;di@JI~~I=é?Jt=lr~ -

.

La estatua de- nuestra

-Sen

ora de

Copacabana; su Santu-ario; tierna

devoción que

Sf?

'le

profesa.

·

L..a devoción ·a li:r Madre augusta

ae

Copacab~ na

b.rot0 espontánea, gra–

ciosa

y

lletía de loza nía, como azt:i–

ce na en tie rra deso lada

.y

árida. No

la precec:heron prodigios ni venera·n–

das tradíciones, ·ni la estatua flilé de–

bida a ningún misterioso lrall az,go, o

a prodig-i@sas a¡xtriciones. Y; sin em·

ba rgo , :a peo"s fué conocj'da la ima–

ge n, dej ó senrir en cuantos tuvi eron

la dicna de contempla rl a ' un a emo–

ción tal, como nun ca la habían ex–

perimentado .

La estatua, debid·a al rudo mode–

lado de

Francisco Tito

Yupanqui,

no es un primor · de arte; pero, a tra–

vés de s us ·imperfectas líneas bril!a, .

a no dudarlo, una ·Chispa de la lu z .

sobrenatural que guiaba la torpe ma–

no del indígena

y

caldeaba su cora–

zón. En 15?6 empezó el improvisado

escultor sus ensayos para su grande

obra. Tan toscos le· sa rieron ell os,

que fueron recibidos con desprecia–

doras risas ha sta por los mismos com–

patriotas de Yupanqui. Como los

fraca sos de éste eran públicos, su o–

bra pdrec ía que debía_contarse entre

las ilusionés · perdidas. La rpofa del

indio es persi stente, sangrienta

y

mor–

ta l. No desalentó, sin · embargo, el

tena z empeño ct·el artista.

Después de viajes, que llamaremos

de estudio,

y

de sinsabores sin cuen–

to, lo encontramos a Yupanqui en la

ciudad de La Paz, con su ' imagen a

cuestas

y

desca n;,ando de sus fatigas

en el convento de San Francisco.

En este recinto debía terminar su o–

bra, dorarla con el. mismo oro con

que se doraba el retablo de Santa

· María de los ·Angeles,

y

recibió de

labios de un franciscano el primer

a plauso

á

s u trabajo, v iéndo apuntar

a'l mismo ti empo, con la bendición

de la Ima-gen, hecha · por el mismo

religioso, el ptimet'O

y

gentil brote

de la devoción a n.uestra Señora de

Copacaba na .

·

·

La estatua mid e un metro de ai tu–

ra-

y

rep.resea ta a la Reina: de los

Cie los en el mi ste rio de la f' urifica–

ción , con el Niño bendi tísirño en el

brazo izq.uierdo

y

en el derecho <d

ciri o simbólico

y

la canastilla de la

hurpild e·

ofrend~.

Los gra nd e;; y. ti er-

- nos ojos inclinados hacia el suel o, .a

Ja

vez. que expresí0n de vi rgin al mo–

destia, ·parecen reflejar la .maternal

compla cencia coh qlie la Madre de

J esús mira

~

sus hijos ado_ptivos.

La vestimenta i·cteada por Yupim–

qui es de g raciosos pliegue·s

y

co n~

torn os, doradas las primorosas tran–

jas

'y

sembrados de florecillas .de or()

túnica

y

mant9. La piedad de los

fieles ha creí·po

y

cree ver ·en el ros,

tro sagrado los cambi os que el hu-.

mano experimen ta al 'unísono con las

emo cion es del alma.

Termin ada la Efigie, quedaba aún

para Yupanqui la ansi osa dud ;;¡ de si

la lmagén sería recibida

y

venerada

en Copa cabana. La oposición de la

paréialidad contr-a ri a era tenaz e irre–

ducti-bl e. La serpi ente .antigua valía–

se astutamente del sentimiento de

devoción que los

urinsayás

tenían a .

su protector S . Sebastián, para entor–

pece r, por lo menos, la posesión· que

la Vencedora del Infi erno había de

tomar del trono qu e había escogido.

Yupanqui, que no había des:.:1ayado

un punto en su perseve rante empe–

ño de labrar la estatua ·hasta darle

la últit¡1a mano, \'aciló después en