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Imagen de la Virgen en su pr imitivo vestido, tal como la imaginó
el genio creador de Yupanqui.
cuanto al lugaT en que debía ser ve–
nerada. Su an helo había sido que
Copacabana lo fll.ese; pero ta l vez era
voluntad del cielo que sus a nh elos
no se cumpliesen. Cedió, pues, con
humildad profunda
y
resignada. O–
tros pueblos se disputaron la gloria
de poseer tan gran tesoro.
Copacabana, empero, estaba seña–
lada en
los designios de María. La
bella
y
tranquila ensenada -que se r-
vía de puerto de escala a cuantos
venían a adorar al Súl en la Isla de
este nombre, debía ser
la peana de
la Escala divina que nos ll eva al co–
nocimiento y adoración del Sol de
Justicia,· Cristo Dios nuestro. Leja–
nos ya los tiempos en que los frescos
recuer dos de esplendor
y
grandeza
del Inca ejercían poderosa
y
fascina–
dora influencia en el á nimo de sus
vencidos súbditos, sólo a la luz de la