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ces lo menciona; y sin embargo, debe ser antiguo, porque se refiere

a los duros trabajos que ocasionaba a los indios.

Su nombre es Huatanay, que según la tradición, es una con–

tracción de las palabras:

~Hu

atan - huatan - ananay!» La última

palabra es una interjección y significa: De año en año que trabajo!

El río Huatanay sale al pie de Sacsahuaman y pasa primero

por la calle Sapi (Sappi-la raíz, el principio), donde yo vivía en

la casa del Sr. Dn. Adeodato Nadal, en frente del Convento de Santa

Teresa, y conía abierto hasta cerca de la plaza mayor.

Garcilaso refiere que, en tiempo de los Incas, el río estaba

cubierto de vigas de madera, encima con losas, y que los españo–

les, para hacer sus casas quitaban los maderos, dejando sólo unos

puentes. Así el río dividía la antigua plaza en dos partes, la ma–

yor de la Catedral y la menor de Cusipata o El Recreo, donde en–

contré la prefectura y la casa donde nació Garcilaso (Esquina de la

calle Coca). Desde la parte septentrional de ambas plazas, queda–

ba, en mi tiempo, cubierto el río de casas y portales a ambos lados

y corría de Norte a Sur, cruzando la calle de la Merced y Compa–

ñía, la que en el Este termina en la calle larga de San Agustín,

que va al camino de Collasuyu.

(1) El río estaba encajonado, como un canal de· irrigación, por

muros de cantería y pasaba abierto por la calle del cuartel de gen–

darmes y el presidio. Los muros de retención pueden tener muchos

remiendos posteriores por las extravagancias del río en aguaceros

fuertes, pero en general, era obra hecha con la minuciosidad de los

Incas, sin llamar mi atención especial.

Los trabajos del Huatanay han durado desde los Incas hasta

mi tiempo, en que yo mismo tenía que dirigir la obra de arquería que

seguía hacia el Sur. El prefecto genet·al Segura tomaba mucho in–

terés en el trabajo y empleaba como peones a los presos de cadena.

Los albañiles eran indios y recuerdo un maestro llamado Cacha Inca.

Como he dicho más arriba, quedaba el Huatanay cubierto de

casas en toda la extensión de las plazas con sus respectivos porta–

les; y el de Cusipata servía, por las tardes, para los caballeros co–

mo paseo de digestión, lo mismo como lo encontré en Quito, desde

la hora de la oración hasta las ocho de la noche.

En el Cuzco de aquel tiempo, se usaba todavía la capa

e~pa­

ñola negra, con la diferencia de que los antiguos militares la usa–

ban con cuello de terciopelo carmesí oscuro. Entre los señores de

esta crtegoría se encontraba un

~coronel»

Bolívar que había sido

sastre y llevaba el apellido, por haber sido criado d!\1 Libertador.

Este hombre había tenido la fortuna de encontrar dos veces, en pa–

redes derrumbadas, la cantidad de 20.000 pesos y para hacerse un

nombre, regaló, para una revolución, al General Castilla, los vesti–

dos para un batallón. El dón fue aceptado graciosamente y el Ge·

neral dio a Bolívar el título de Coronel-pero nunca le dió despachos.

Los portales del lado de la plaza mayor, servían para mercade–

res, como en tiempo de Garcilaso y delante de ellos se vendían ví–

veres en la plaza. En estas transacciones mercantiles había una par–

ticularidad : los centavos de cobre no pasaban en el Cuzco y en su