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El Cuzco Medioeval

Al Sr. Dn. Carlos M. Larrea,

afectuo!amente.

EL AUTOR.

En los años de 1870-72 estme en el Cqzco como Ingeniero

de Estado, ads(rlto al Departamento, y recuerdo algunas menuden–

cias que quizás no sean conocidas generalmente o pueden olvidarse

y merezcan ser anotadas.

Desde que el Sr. Dn. Jacinto Jijón y Caamaño tuvo la bon–

dad de regalarme un ejemplar de los Comentarios Reales del Inca

Garcilaso de la Vega, los que desde mi residencia en el Cuzco no

había vuelto a leer, be estudiado con frecuencia esta obra, y Le en–

contrado que lo que se refiere a su dudad natal generalmente es

exacto pero dificil de comprender, para personas que no conocen la

capital de los Incas.

Desde el tiempo que la conocí ha pasado medio siglo en. el

que puede haber habido mejoras que no conozco; pero así como lo

ví, me bacía la impresión de que desde el tiempo del Virrey Dn.

Francisco do Toledo, ni el Gobierno Colonial ni la República, habían

hecho cosa mayor que valga la pena. El Cuzco, en su sueño me–

dioeval, dormía olvidado atrás de la Cordillera; y los amanuenses

del Ministerio do Gobierno y Obras Públicas en la Ciudad de los

Reyes, se reían del nombre de «Quispicancha» al escribir las notas

para mi despacho. Sólo en tiempo do revoluciones se acordaban del

lejano Departamento para sacar reclutas, y no faltaban voces en el

Cuzco que opinaban que mejor sería la separación de la República,

que los trataba como a hijos naturales.

El Cuzco está situado en la cabecera do un gran valle, que

Lacia el Sm se abre en una llanura; por el Norte se levantan los

cerros con los caminos a Los Reyes, Urubamba y Yucay, quedando

la fortaleza de Sacsahuaman en el Nord-Este.

De estas faldas nace un arroyo o pequeño río que pasa por

-la ciudad que terminaba en Pumapcbupa (la cola del león). Es ex–

tr-año que Garcilaso no dé el nombre de este río, aunque varias ve-