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-46-

el zorro, se hizo girone5 que a–

cabaron por perderse camino de

Kuntisuyu hacia el mar .

Por primera vez Huaina Ká–

pac se creyó estar ebrio. Uamó

a Kuya!:ka i le encargó un poe–

ma que guardara

perpetua me–

moria de todo lo acaecido.

-No olvides

entre quienes

cayó el águila,-

terminó

Sapan

lnka.

-No, Apu,- dijo Kuyaska.–

Pediré a

M~a

Killa la ispira–

ción, i he

de darte

un poema

digno de tí.

Huaina Kápac le despidió

con ligero ademán, i Kuyaska se

infiltró entre las

ñ"l;lstas que a–

maban sobremanera al lirida.

Limpio el cielo, reanudó su

alegría la Tierra.

Al finalizar el drama.fueron

pasando

de

nuevo las danzas,

que se esmeraban ahora por de–

volver la alegría al ánimo del Mo

narca,quien, sin embargo,apenas

se había inmutado con tan terrl–

bles señales,

i

ahora hacía a su

pueblo

la merced de una dulce

sonnsa.

El

pueblo,con la veleidad

que da la bebida,hizo

el

gesto de

olvidar la pesadilla de1 día,i

~.e

entregó a la alegría,por más que

la mui presumida tuviera un lige–

ro sabor de amargura,que endul–

zaba i hacía dichosa la sonrisa de

1

'3apan lnka.

La sonrisa del

grande hizo

siempre la alegría de los peque-

ños ..... .

La algarabía se hizo mos–

truosa. Rif-as, gritos, cantos, mú–

sicas, imprecaciones de triunfo!

• . . . . . . La sora se había aden-

tr<

1

'"1

prn fundamente,

i

el ono–

matopéico Runa

SimC iba tor–

nándose estropajm·.o.

Hasta el pueblo

que con–

templaba desde los cerros aquel

inudt.ado

espectáculo,

llegaba

aquel vocerío como un murmu–

llo mostruoso,

r;ga'1te,

que se

perdía en las lejanas montañas.

como un

~ordo

eco de

trqeno

remoto.

1\/írkai que

veía

por vez

-;eg-unda aquella fiesta extraordi–

naria, exclamó:

-No hai nada más grande

en la Tierra

q{¡e

el

lntip Raí–

.,

m1 ...... .

. Nadie

d~.pegaba

los ojos de

la Ciudad inmortal.

No quería

perderte un detalle de la fiesta

sagrada: la inmensa

plaza era

un imán para los ojos i corazo–

nes de

aquella multitud reve–

rente.

1

Rauraymana,

en

cuclillas.

con la barba en la mano, pare–

cía una estatua.

Kispi. a pesar de su amor

alocado, la miraba de tarde en

tarde.

-¿No te

cansas, 'hermana?

. . . . . . Siéntate

en esta

pie–

dra,-

le dijo colocando una pie–

dra cuadrada junto

a su ama–

da.

Ella

se sentó maquinalmen-

te, '<iiciendo:

,

-lntip Raimi es más grande

i más bello que mi esperanza ...

l

continuó en

~u

actitud de

e.,tatua animada.

Así mientras en

ta i en Kusipata, la

recía próxima

a(

la

multitud gigantesca

Aukaypa–

alegría pa–

locura, 'la

contempla-

;