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1

-44-

De repente se

le

VlO

vemr

velozmente hacia tierra.

Cayó con las

alas abiertas

entre Huáskar

i

Ata~

Hualpa,

causando profundo estupor entre

toda la multitud.

Gritos de espanto; murm'\–

llos;

pre~agios

sombríos, se le–

vantaron por todos los ámbitos.

-¡Oh, lntil ..... ¡Oh, lntil

.... -, decían las voces.

-!Uíracocha

1:

¿qué

dice

este signo! ..... .

-Nunca se

ha visto

seme–

jante cosa.- decían ótros.

Pero entre un grupo de an–

cianos lnkas se comentaba:

-Bien muere lnka Huáskar,

o bien lnka Atau Hualpa.

-0

quién

sabe los

dosl,–

exclamó Uillka Huaman.

En Kusipata los augurios to–

maban un tinte más negro.

-Y

a ves, Inka Paullu,- de–

dale lnka Huaira. . . . La sora

tenía la miel

i

la

hiel de ]'a u–

yucha.

-La desgracia ha de envol–

vernos a todos,- dijo lnka Pau-

llu, con cierto misterio ..... .

Huaina Kápac hizo una se–

ña, i

el

Uíllac Urna

se acercó

entre costernado

i

austero.

-Uíllac Urna,-

le

dijo el

Monarca:- averigua

qué presa–

gio nos trae este signo.

El Gran Sacerdote llamó a

sus uilkas (hombres tocados por

lnti) ; hizo

traer una

huanaku

macho~ra

i procedió al sacrificio

junto a

la columna sagrada.

La multitud temerosa con–

templó el sacrificio

en el más

profundo r.ilencio.

La huanaku mugió m1en-

tras el Sacerdote

le arrancó el

corazón diestramente.

Uillac Urna

exammo

con

extrema curiosidad

las entrañas

del animal, las que luego entre–

gó a

~ampágic

i a

lnti Kápac

Amauta, ios

uílkas más gran–

des de todo el Imperio, los que

a su vez las examinaron con de–

tención misteriosa,

pasándolas

luego a los

huátuk

o adivinos

menores.

Todos

fruncieron

el ceño

al hacer por su parte el examen.

Era oeguro que el Sol no estaba

contento, i del

augurio

se

des–

prendía algo fatal para sus Hi–

jos. Rodearon al Uíllac Urna i

hablaron muy bajo i con

mur.ho

misterio.

El

Uíllac Urna

se acercó

luego a,l Monarca,

seguido de

cuatro uíllacs, i le dijq entre so–

lemne i entrictecido:

-Sapan lnka: el presagio es

funesto para nosotros i para to–

do el Imperio. Los halcone9 son

séres extraños que han de aba–

tirnos. . . . . Pero si el águila lle··

gara a vivir, el augurio fatal no

se llegaría a cumplir. La entre–

garemos

al cuidado de

los A–

'mautas.

El Emperador se cruzó de

brazos por un istante, i luego ex–

clamó:

-Uíllac Urna;

i ¿qué dice

~ampágic?

; ¿qué dice Inti Ká-

pac Amauta? ..... .

-Dicen lo mismo,

Hijo del

Sol.

El Monarca levantó la ma–

no, i todos se retiraron.

Pocos oyeron

el diálogo:

pero profundo pavor recorrió los