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J.
Imbelloni: Pachakuti IX
tiempo y alegoría. En la
segunda
época, esta mole indigesta
y poco concreta cae bajo el dominio de la reflexión: colegios
de políticos, sabios y sacerdotes se posesionan de tan inmenso
material y le confieren una fisonomía convencional, apta para
presentar en una luz determinada la grandeza de los orígenes,
la supremacía de una casta y la omnipotencia e infalibilidad
de una dinastía; poco les interesa el hecho que las narraciones
sean a menudo novelescas o increíbles, con tal que se presten
a enaltecer a los inspiradores de la compilación. Sigue un
tercer
peldaño, generalmente cuando ya el polvo de los siglos
ha tragado a las generaciones autoras de las hazañas; el frío
escalpelo del historiógrafo se substituye a todo otro modo
inquisitivo, y la ·finalidad suprema es sacar de ese fárrago
'la verdad', esto es, más exactamente, lo que puede ser creído
como tal y se muestra digno de figlirar en un libro de 'historia
de la civilización': se impone borrar implacablemente todo
punto que pueda recordar una narración legendaria, una
fábula o un 1nito; los personajes son despojados de su halo
heroico; los símbolos reducidos a puros hechos naturales; las
incongruencias suprimidas con cortes sistemáticos de la ma–
teria narrada, y el todo servido en decorosa vestidura de
relato histórico.
Llega, por reacción contra la pedantería de este período,
el
cuarto
tiempo, cuando se comprende que toda la antece–
dente elaboración era algo inconsistente y ficticio, y que es
menester romper esa costra para liberar los elementos primos,
devolviéndoles su veridicidad, que consiste en ser lo que han
sido desde el comienzo, esto es, producto de mentalidades
aun poco maduras para la registración sistemática de los
hechos que componen la vida, pero -
en cambio -
reacciones
espontáneas
y
sinceras, cuyo valor documental es inapreciable.
Aplicando estas observaciones generales a la historiografía
del Perú, fácil será distinguir los efectos del I tiempq, o
de amalgama,
en la masa de noticias llegadas de toda época