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¡Implacable juram·ento de vida o muerte! ...

.Al caer la tarde, Esperanza regresó sola a su casa;

su

tía debió permanecer ·,en el campo, al acecho de los ladrones

y

perros. hambrientos que m·erodeaban alr·ededor del maíz

/

recién cosechado.

Una vez en

su

cabaña, amarró la cabra, trancó la puer·–

ta, rezó a la Virgen sus habituales oraciones.

y,

tendiéndose

sobre

su

estera de paja, se dispuso a dormir.

'Rezó aún otras plegarias, pidiendo al ci·elo su protec–

ción, ignor·ante del peligro que

se

c·erní.a sobre

~ella.

D!ormía

profundamente, cuando apar-eció su v·erdugo.

Había avanzado furtivamente, paso a paso, a través de

los matorra.!

es;

de reuente se lanzó contra la puerta,

y,

abriéndola de un ·empujón, se a·rroj ó sobre el lecho de la

niña, como un jaguar sobre su pr·esa.

Esperanza despertó con .el ruido, y, en un r·elámpago de

luc~dez,

lo compr,endtó todo. Alentada por

su

fe cristiana,

no pensó sino en defenderse. Rápida como el pensami·ento,

saltó hacia un lado y cogió un azadón. E1 ac.ero bri'lló a l!a

luz de la luna y/ zumhando, fué a ca·er sobre el pecho de

Manuel, que huyó, lanzando un grito de _dolor. Sabía muy

bi,en que nadi-e puede hacerle frente a una india enfurecida.

El malvado sá.Iió corri·endo, seguido de · cerca por Espe–

ranz;a, que aun blandía en su manos la herramienta en-

sangrentada; al fin ésta se detuvo.

.

"C'reo que y:a ·no tengo nada que tem·er -pensó-. Este

ya no vo-lverá." Y tranquila, regresó a

su

.choza dando gra–

cias a la V'irgen por haberla despertado oportunamente y

fortal,ecido su brazo para defender sus votos y su virtud.

Y ]}ezando, la Judith quichua

s~e

quedó dormida. ·

~como

podemos ver, las indias· poseeQ una f.érrea volun–

tad

y

saben hruc·er buen uso de e.Jla.

!Sin embargo, los pequeñoiS actos de la vida de.J qui·chua.

están regidos por la inconstancia

y

la

vel~dad,

def,ectos que

se

ponen de manifi-esto aun ·en la

~ejecución

·de

sus

traba–

jos.

Si se proponen desbrozar un t ·erreno o trazar un cam_i–

no entre dos caseríos aislados, a los pocos metros de labor

dejarán la obra abandonada. Cuando ·empiezan a tej-er pon–

chos o frazadas, no terminan el tejido sino cuando se ven

acosados por la necesidad.

Ig·ual inconstanc'ia domina. sus obligaciones religiosas.

El indio se muestra completam·ente resuelto a abandonar sus

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Sol.-18