I a la verdad, que este pueblo, que fué trono áureo
de Emperadores, señora orgu'llosa de la América, cuánto
ha sufrido; cuántos cataclismos fisic0s i morales ha sen–
tido descargarse sobre su suelo fecundo i sobre sus socie–
dades inquietas i triuttfantes; cuántos gritos de ·duelo i
espanto i cuántas convulsiones de su suelo le han sa'cu–
dido
i
le han despertado como en una horrihle pesadilla.
Como la Córdoba morisca anocheció señora de imperios
i
dueña de vasallos i a la mañana
v~ó
rodar su diadema
real quebrada en pedazos i sus símbolos de raza afren–
tados i maltrechos por la mano del tiempo
i
por
la
furia de la guerra.
Este pueblo que aun durante el Cofoniaje presencio
días de 0pulencia
i
esplendor, cuando Virreyes
ar.va–
gantes
i
caballeros bizarros entraban por sus plazas
i
calles an.imándolas con el brilfo de los aceros i 'el lujo
de sus atavíos; caando en sus plazas i alamedas se corría
cañas i se jugaba anillos; cuando Virreyes
i
Obispos asis–
tían a los toros llenando el ambiente con el rumor bulli–
cioso de sus alegres comparsas i cuand0 etl las grandes
fiestas principescas había "suelta de presos", voz <le
pregones, ruido de atambores, repique de campana's
i
batir de palmas,
i
cuando en fiestas, como al celebrar
la coronación de Felipe V, brillante comitiva ,de Alcal–
des, Corregidores i Canónigos rec0rría
I.asplazas al grito
de
j
Castilla!
j
Castilla!
¡
Perú! ¡Perú! ¡Cusoot ¡
Cusco~
por el rey Felipe nuestro señor", se hacía tal der1iooke
en lujo de indumentarias
i
en
el
arreglo d·e las tribu–
nas, que una copla popular qued@ como recuerdo de
esos derroches, rememorados así:
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