mental, que siguió desempeñando, durante el primer
siglo de la Colonia, el mismo rol prominente que desem–
peñara en el Imperio.
Cuando la epopeya de los conquistadores corrió ampu–
lada por los pueblos de Castilla, soldados, magistrados,
artistas y demás congregaciones, salieron en masa de
España, guiados por el signo miracular de la ciudad
conquistada, donde germinó una vida
laboriosa
y
fecunda.
Hasta hoy subsiste palpable el recuerdo de las dos
épocas magnificentes que encarnaron su vida: la incaica
y la colonial.
Al recorrer sus monumentos, encontrará copiosa fuen–
te de información, t anto el sociólogo y el historiador,
cuanto el arqueólogo y el artista.
En sus templos y palacios el conquistador ha dejado
prueba imborrable de sus inquietudes espirituales. El
hálito renacentista, que invadió Europa en aquella épo–
ca, penetró en los pesados moldes de piedra de la ciudad
encantada. Los artistas de la Península se unieron con
los artífices quechuas, produciendo este
marida.jeuna
nueva interpretación de las artes europeas.
La pintura fué , en esta época, la más fecunda de las
artes, presentando marcados caracteres, de una origina–
lidad indiscutible.
Durante dos siglos se inició y desarrolló en el Cusco
"La Escuela Cusqueña'', cuyos cánones y métodos se
extendieron por todo el continente, engendrando miles
de obras y contando con miles de ingénitos adeptos, quie–
nes formaron otros centros importantes, tales como los
de Quito, Lima
y
Oruro.
(Pintura Colonial.)
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