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muchas palabras teniendo en cuenta su procedencia (gua–
raní, araucana, quichua, nahuatl, lucaya, .etc.). No siempre
la .ortografía española podrá ajustarse a la autoctonía indo–
america~a,
a los fonemas provenientes de los diversos idio–
mas aborígenes, si tienen ellos que retener legítimamente su
tinte nacional. El empleo de la
9
y de la
h
antes de los dip–
tongos ua,
ue, ui;
el de la
k,
q
y
e ;
el de la
u
y
w,
no ha
tenido hasta ahora una resolución final, aunque el uso ha
generalizado algunas grafías sin atender a su etimología u
origen. La confusión entre la
b
y
v,
y entre la
9
y
j,
continúa
sin esperanzas de desaparecer en América, igual que en Es–
paña. Si se hubiera hecho un diccionario general de los pro–
vincialismos españoles, sería más fácil, con vista del diccio–
nario americano.• dar curso a la reforma ortográfica, aparte
de hacer una rigurosa selección en el vocabulario, tendiendo
a la convivencia y homogeneidad del acervo común, del
idioma colectivo, hasta donde sea posible, y respetando
siempre la forzosa autonomía lingüística.
Mi estudio
Voces Afines,
en preparación, que da a conocer
en conjunto la riqueza y pujanza del idioma indoamericano,
revela la desorganización ortográfica existente, que desme–
rece nuestra aportación idiomática.
Hemo~
de advertir que en el
Diccionario de Americanismos,
Panamá está incluído en el término
AmCentral,
así como
Uruguay y Paraguay en
Ar9ent.
y nos piden que hagamos la
debida distinción. <<Aquí, en Panamá- nos escribe don Sa–
muel Lewis -, nos tenemos por miembros de la América del
Sur y no del Centro . La cuestión se ha: debatido mucho,pero
existen razones científicas, realmente geológicas, para soste–
ner este concepto que es, además, el nacional
n.
u Es exac–
to, en general- nos dice don Adolfo Berro García- que