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nocen en el habla común de las regionas civilizadas. Tam–

poco nos arriesgamos a dar muchos nombres autóctonos de

fauna y flora por no haber podido conseguir su término

científico .

Hay mucho que investigar todavía tanto en el lenguaje

culto, familiar y festivo , como en el vulgar. En Chile y

~erú,

por ejemplo,

hacer cachas

'es burlarse de alguien', y

en Venezuela,

cacho

equivale a 'chanza, burla'. Por lo tanto,

el verbo

cachar,

que significa 'burlar, ridiculizar', en la Amé–

rica Central, Argentina, Costa Rica y Ecuador, debe de

usarse también en aquellos países. De igual modo, el mismo

vocablo

cacho

nombra 'el cubilete de los dados' en Argentina,

Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador y Perú, por lo que parece

lógico que el verbo

cachar,

en su acepción de 'jugar a los

dados', no sea exclusivo de Colombia.

Bregador,

en Vene–

zuela, significa 'libertino';

bregueta,

en Honduras, es 'reunión

de juerguistas'.;

bregón,

en Santo Domingo, equivale a 'gua–

.po de oficio';

bregttetear,

en Colombia, es despectivo de

bregar; brejeterías,

en Riohacha (Colombia) son 'chismes,

cuentos';

brejetero,

en Venezuela, es 'enredador, gárrulo,

chismoso'. No hay duda de que un estudio detenido habl'ia

de darnos más amplias enseñanzas en cuanto al radio de

existencia de un gran número de vocablos similares.

Podría reducirse o limitarse el número de ·acepciones en

algunos artículos; a veces, entre una y otra, no hay más

que una corta diferencia ocasionada al parecer por el dife–

rente estilo de redacción de los lexicógrafos. Semejante limi–

tación cabe a los derivados normales y a los significados

metafóricos que con tanta facilidad pueden extenderse según

lo quiera el capricho popular-

Se hace necesario simplificar y uniformar la ortogmfía de