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CACHACO

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vestir, maneras finas, aventuras galantes, cala–

veradas (ie buen tono; todas

y

algunas de estas

circunstancias forman la esencia

y

son las cre–

denciales de este tipo original. El matrimonio y

los puestos oficiales dan al traste con su carrera.

Una e

pos~

es lastre <lema iado pesado para su

vida lige ra y desordenada de bohemio, y los des–

tinos públicos, embarazando su lengua

y

u plu:

ma, apagan dos de sus cualidades características,

que son la crítica constante y la eterna oposición.

Sin chispa y travesura no hay

cachaco

posible.

A todo hombre joven y soltero no e puede dar

este títu lo : es necesa río merecerlo, y en vano han

· "':)

pretendido tan honroso dictado muchos ricos pa-

lurdos y provincianos imbéciles. P ero ¡oh fra–

·gilidad de las· cosas humanas! Este tipo original,

g racioso, elegante, oposicionista, este cuarto po-

der constitucional, como lo ha llamado alguien,

e te dictador de los sa lones, príncipe de la mo-

9a y rey de la crítica. el

cachaco,

en fin, ha si- ·

do absorbido, derrocado, eclipsado y amilanado

por el

pepito;

el

pepito

es dueño de la situación."

Continúa Emiro Kastos flagelando sin piedad

al

pepito,

que no murió de tal acometida y que

vive hoy todavía con la naturaleza persistente

.e invariable de todos los bichos, sea el cínife, Ja

chinche o el zancudo. Tan sólo ha cambiado de

nombre: se ll amó

pepito,

luego

gomoso,

más tar–

de

filipichín

y aparece que hoy se llama

glaxo'.

Pero al

pepíto,

abominado por Emiro Kastos, a

juzgar por su pintura, si resulta afeminado y ri–

<lículo, no le fa ltaban sus puntas de romanticis–

mo de la época. Los

pepitos

se sentían persona–

.i es de Lord Byron, recitaban tiradas de Eamar-·

tine y de Víctor Rugo, leían a Dumas padre y

a Eugenio Sn é. echaban imoroPerios contra Aris–

tóteles

y

Boileau, se consideraoan gastados

y

té–

tricns, les gustaban las muchachas sombrías y sar–

cásticas, y, "por fortuna, dice Restrepo, estos do–

rados querubines no se incendian sino en las lla–

mas azules del amor platónico: entre ellos son

raros los Lovelace .y los Don Juan."

En el

pepito

se encontrába todavía un algo de

intelectual, un poco de ideal, un tanto de puro.

Si a pesar de ello el tipo

~xacerbaba

a Emiro

Kastos, ¿con qué clase de látigo fu!¡tigaría hoy

ese Juvenal colombiano al

glaxo

de estos opacos

días, reñido con toda enaltecedora labor del es–

píritu, desposeído de toda noción moral que dis–

tinga

.y

separe al hombre de la bestia, extraño a

lo qne toda raza y en todo clima ha constituído

la dignidad humana y el honor del caballero,

ignorante de toda delicadeza en asuntos de amor

y de dinero?

, Si en la época de Emiro Kastos ya estábam9s

descendiendo, hoy .hemos llegado en esa materia, ·

en la degradación de un tipo social, al fondo de

la .sima.

Tales tipos de gradual degeneración tienen vi–

da persistente y se defienden como toda plaga.

Dejémoslos vivir : Dios cría de todo.

Aauella pc,oirjtn<il rl Pfini<:ión del

rnrhaco

fue

escrita por Emiro Kastos, como ya lo dije, hace se–

tenta y cuatro años. En ese lapso, que no es corto,

P'lf"

mont~

a Jas tres coartas partes de un siglo,

la vida histórica del país se ha ido desenvolvien–

do con una lógica

y

una significación no percep–

tibles para quien sólo contempla el trozo presente

o inmediato, pero bien apreciables para quien sa-

CACHACO

be ver para atrás la perspectiva lejana, a la luz

del desinterés y desde la cumbre de la serenidad.

De los

cachacos

que Emiw, Kastos conoció en–

tonces, algunos desaparecieron en ,plena juventud,

en corta trayectoria de meteoros, fugaces pero ,no

i'nútiles (nada hay inútil en la naturaleza). Qui–

zá dejaron un juvenil recuerdo c!e simpática es–

piritualid ad que preparó ambiente propicio para

el desarrollo de una virtud social. De tales ·apor–

tes, al parecer incompletos e inconclusos, se va

formando, lenta pero seguramente, él alma colec–

tiva de Colombia.

Otr©s no llenaron tampoco el pervenir que pre–

sagiaban, y quedaron rezagados a la vera del ca–

mino; pero sirvieron por su mismo fracaso de

puntos de meditación

y

de materia para el ejer–

cicio de otras ac6v idades reparadoras. Nadie sa–

brá tampoco si su voluntaria o involuntaria eli–

minación de la presentida carrera, contribuirá al

bien de la obra colectiva; como nadie sabe si al

secar yl rayo o al derribar la tormenta ejempla–

res estérile o estorbosos de la selva, se le abre

el campo al roble joven y vigoroso· o se des–

pierta a la germinación, con la luz

y

el calor

del sol, la simiente que se perdía en la oscuri–

dad del fango .

Mas otros de . los

cachacos

que Emiro Kastos

conoció

y

que tuvo en mente al describir el tipo,

alcanzaron a desarrollar toda su virtualidad y a

dar la medida completa de lo que entre sí lle–

vaban.

Unos fueron condensadores de energía y crea–

dores de riqueza, descuajando montes, extendien–

do dehesas sanas sobre vegas mortíferas, multi–

plicando los ganados, sembrando cafe.tales, eri–

giendo fábricas, faci litando el crédito, movirizan–

do capitales, fomentando el intercambio. Otros

llevaron .luz a las inteligencias en la cátedra y

en la prensa. Otros fueron sacerdotes del ideal,

ensancharon y endulzaron la vida con el arte o

suministraron al

tr~ste

y

al preocupado la pana–

cea· de la risa. Otros, modesfos y laboriosos como

benedictinos, buscaban y encontraban en los ar–

chivos españoles los títulos ' territoriales de Co–

lombia.

Cada una de esas categorías que acabo <;le

enumerar, podría ser demostrada con nombres

propios. Sólo nombraré a uno de los más genui–

nos

y

más auténticos, que fue presidente de Co–

lombia y a quien la historia llama el "Presiden–

te caballero". También se dijo de él: el

cachaco

presidente

y

el presidente de los

cacharos.

'Todo

el mundo entenderá que hablo del general Eus–

tórgio Salgar.

Para mí, los dos ptimer-os

cachacos

de Colom–

bia fueron Nariño

y

Santander. El primero,' ello

se ve a primei.-a vista, por su origen, sus gustos, ·

sus aventuras. La personalidad del segundo, más

recia, más dur.a, más seria, parece admitir difí–

eilmente aquel calificativo. Pero Santander era

!achaco·

cuando, como dice la historia, se mez-

' ciaba siempre, regocijado

y

cordial, a las fiestas

populares, sin que por ello le faltaran al respeto.

Lo era cuando, a pesar de ser ordenado

·y

no

despilfarrado como el Liber-tador, en épocas de

penuria

y

de angustia para la patria, renunciaba

a sus sueldos y servía pen iones a viudas de pró–

ceres. Fue también

cachaco

cuando, en la por–

tada siempre abierta de su hacienda de

Hato