CACHACO
Grande,
hizo colocar este cartel: "Casa, de los
amigos del General Sa'ntander." Lo era cuando
regaló, espléndidamente al niño David Guarín,
por haber éste prorrumpido en llanto en los exá–
mene~
de la escuela, al ver que no le había al–
canzado premi0. Fue Santander muy
cachaco
cuando, en circunstancias políticas muy conocidas,
impidió, con indomable energía (y no lo habría
dicho nunca, si el proceso del
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de setiembre
no viene a revelarlo), que Carujo y otros mata–
ran a Bolívar en Soacha y en el baile de más–
caras del coliseo. Lo fue al indignarse en París
con colombianos que pudieron regocijarse por la
muerte del Libertador. Lo fue cuando, joven
y.
soltero, se enredó con tanta discreción y silencio
en aventura galante con altísima · dama, cuyo
.nombre p(:!rmanece en la penumbra
y
a la que
fue · siempre fiel, hasta cuando hubo de casarse,
un poco tarde, con la virtuosa doña Sixta.
La definición de Emiro Kastos resulta también
deficiente, pues él no alcanzó a ver en el
cacha–
co
sino al joven µiundano, elegante, alegre y es–
piritual, medio b0hemio, de corta acción en el
tiempo
y
de poco influjo en los sucesos. El no
vio en el
cachaco,
como agrupa...,ción, un factor so–
cial trascendeate; un semillero de personalida–
des, fruto natural del pa,ís, de estrechas vincula–
ciones con éste y llamado a intervenir
en
su mar–
cha
y
en su orientación.
Es convr niente precisar, y este postulado puede
sorprender en el primer momento, que el tipo
social, ya legendario, bien conocido con el nom–
bre de
cachaco
bogotano, no es un exponente me–
ramente local, un ente exclusivo de la capital de
Colombia, fruto único y raro de esta vieja ciudad.
Tal encarnaCión
human~
tiene raigambres más
extensas: es la flor y nata, la noble idealización
del carácter nacional, como arquetipo de un co–
lombiano bien nacido, de limpia prosapia, de re–
finada cultu·ra, de agudo ingenió, de galante' ca–
ballerosidad
y
de sencilla naturalidad, libre de
toda presuntuosa y provinciana afectación.
·
No todo colombiano, por honorable, bien edu–
cado, talentoso y cultivado que pueda ser, y hay
muchos que lo son, merecería el calificativo de
cachaco
bogotano; pero éste, en definitiva, lo re–
pito, es la más alta florescencia del carácter na–
cional.
Para serlo, ciertamente no es preciso ser bo–
gotano de nacimiento.. Hay santafereños raizales,
de la más pura sangre y cualidades muy apre–
ciables, que no son, ni podrían ser
cachq.cos
bo–
gotanos.
En cambio, de los trece
cachacos
legítimos y
a~ténticos que formaron el simpático y elegante
grupo cuyo recuerdo. aquí nos congrega hoy, al–
gunos no fueron nacidos en esta capital; otros,
si lo fueron, eran de familias originarias de di–
versas secciones colombianas, y no faltan los de
sangre extranjera. Veámoslo:
Samuel Bond fu é' hijo de inglés y de .antioque–
ña. Roberto Mac Douall nació ·en Zipaquirá, <le
sangre inglesa y santandereana. Roberto Bulfa
fue zipaquireño. Ricardo Pereir¡¡, por
lo·
Pereira
Gamba, era caucano; por lo Camacho Roldán era
boyacense. Roberto Suárez, .por lo Suárez For–
toul, era santandereano; por lo Lacroix era fran–
cés. A Roberto Narváez se .Je hallaban fácilmen-.
te,
1
a flor de sangre, sus vínculos con la heroica
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/
CACHACO
ciudad del s1t10 y de las murallas. Luis Rivas
tenía en sus venas sangre del' prócer antioqueÍío
Liborio Mejía.
Bogotá, robusta y a'morosa nodriza, toma sus
criaturas en todos los confines de Colombia, y en
su seno abundoso las desbasta, pule y acicala.
El
cachaco
bogotano es, pues, la esencia, el
pro–
ducto refinado del tipo colombiano ....
Ya se echa de ver, por todo lo dicho, que resulta
confirmada, o al menos justificada, aquella fórmu–
la
d~I
arquetipo nacional atrás definido, y que,
por consiguiente, un colombiano genuino, legíti–
mo y . auténtico, una vez tallado, pulido y mon–
tado en la capital, resultaría siempre un gran
ca-
chaco
bogotano.
,
Las agrupaciones de
cachacos,
en el correr del
tiempo, han sido numerosas
y
'variadas, pero siem–
pre con el mismo sello, con idéntico espíritu.
El memorable grupo de
El Mosaico
no fue sino
una familia espiritual de maravillosos
cachacos.
......................... ··· ··· ······· .... ... .
Otra agrupación característica· de
cachacos
fue.
la llamada
La
Em'Pr~sa,
compuesta de trece titu–
lares, que eligieron exprofeso tal número para
hacer burla del mal agüero. Es 'la gratísima re–
cordación de estos trece espíritus seiectos, doce
en lo eterno y uno en Londres, el objeto de esta
significativa velada.
Una noche, de la Torre Narváez ofrecía una
comida y en ella presentó al negro Robles, es de-.
cir, al doctor Luis A. Robles, de auténtica sangre
africana, educado y graduado en el Colegio del
Rosario, 'más tarde secreta_rio d'el tesoro de la ad–
ministración Parra
'·Y
luego presidente del Estado
Soberano del Magdalena, 'de donde era oriundo.
Fue recibido con agasajo y con respeto, y se le
iguió invitando. Era un caballero esencial; co–
mo valor intelectual
y
moral eºstaba a la altura
de los primeros. Mas nunca se le observó vana–
gloria, ni jactancia, ni entrometimiento. Siempre
la misma discreta modestia, la misma decorosa
dignidad que supo mostrar en el congreso naciq–
nal. Fue tenido por gran
cachaco.
En tales listas es de observar también la mez–
cla cordialísima de elementos políticos diversos, y
sobre ello versará mi consideraci6n fina
l. ·
Los
cachacos
conservadores se echaron al cam–
po, a las guerrillas del Mochuelo y de Guasca,
como chuanes vandean0s, en defensa de su Dios,
de su rey y de su dama, contra la república libe–
ral, tachada de impía.
Pero en el curso de la guer..ra, en casas muy .
aristocráticas de Bogotá se seguíl;\n celebrando
tertulias o bailes, con ocasión de los onomásticos,
y
para venir a ellos, en la oscuridad de la noche,
los
M ochttelos
azules se entendían con los
A lean–
/ores
rojos. Así era que en los salones luminosos
de las distinguidas hijas del doctor Cheyne o de
la casa procera de don Januario Nariño, se p11e–
sentaban de improviso Jos novios de la guerrilla
conducidos por los guardianes del presidente, bai–
laban cuadrillas de lanceros frente a frente, y
antes de la alborada, en los pue tos avanzados, '
los oficiales de la revolución azul pudieran re- ·
gresar a sus campamentos, en sus buenos caballos
y sin novedad en el cuerpo.
Diccionario, I-17