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al ejado de la tierra; y e dijera que atra\
j
dl·
al
paso lento de la mula extenuad,.., un país lunar. La
desnu lez ·de
e~ta
naturaleza es e pant osa : torna a
uno taciturno, sombrío; no se ríe más. Se siente 1
pecho _oprimido, como en una pren a, por e
t
aire
apenas respirable. Donde quiera que la vista se lle–
ve, se ve los mismos tonos oscuros, turbios, indefini–
dos: la estepa inmensa, triste, amarillenta, a trechos
verdi-negra; cnyas montañas grises, de contornos
grotescos, parecen un caos de rocas quebradas si se
las ve de cerca; y nubes en el horizonte, precursoras
de tempestad, si se las ve de lej?s· La armonía falta
absolutamente. Y todo escintila en este aire rarefac–
to; los objetos no muestran contornos :fijos,
y
apare–
cen envueltos por un halo que tiene los colores del
espectro solar, como vistos al través de unos lentes
demasiado fuertes. El cielo, azul_
p~lido,
casi nunca
se presenta nublado. Los rayos del sol penetran, sin
resistencia, el aire de una densidad mínima. La luz
es cruda; hiere el ojo, como la del magnesio. No exis–
te allí penumbra: sólo la sornbra neta, definida, ne–
gra; y la luz blanca, incandescente, implacable...
Un silencio
completo
reina sobre la Puna: nunca el
canto de un pájaro. Los raroSi seres vivientes no ha–
cen rnido; y, si se avanza un poco de la caravana,
no se oye ya el cencerro del caballo que guía las mu–
las, ni los gritos ni los juramentos de los muleteros.
, El aire _es tan ligero, que las vibraciones del sonido
se extinguen casi inmediatamente...
«La tempestad sobre la alta meseta es imponente..