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EXPLORACION E INCIDENTES DE VIAJE
aquí la antigua sede del poder que posteriormente fué t-ras–
mitido al Cuzco. Sn posición naturalmen te fuerte, fué de–
fendida, como te11go dicho, por una muralla. No he encon–
trado esta clase de defensa
Pn
ninguna ciudad ele la Sierra
donde parece se construyeron verdaderos fuertes con el ob–
jeto defensivo. En otros términos, loR últimos Incas parece
que abandonaron
el
sistema de amurallar las ciudades, co–
mo lo hemos hecho nosotros y lo
sustituy~ron
con fuertes o
ciudadelas situados en posiciones dominantes , en la,. abras
y
desfiladeros que no podían flanquear·se
y
que inevitable–
mente debían ser forzados antes que- el enemigo pudiera to–
mar las ciudades
en
que se concentraba l<t población.
Descendiendo de las alturas de Muyna, lleg·ué a la h1gu–
na poco profunda del mismo nombre o de Oropesa
y
sus
ciénagas
cir~n ndantes,
a través de las cuales pasa una an–
tigua calzada dP- piedr ., que, probablemente, forrna parte de
uno de los caminos que se dice construyeron los Incas y que
atravesaba todo el imperio de Qnito a At.a.cama..
Ya he 1::1eRc.rito e bol:;(m del Cllzco como el núcleo de un
grupo de vall s co]ó'jlllte:-; cPrcildos de montañas, en los cua–
les se reunen
a,<;
al?.·uas de las altu raR circundantes, forman –
do ríos considera' les,
(]_lle
:,;e
abmn paso a
t1·avés
ele las ba–
rreras que lo, ro ean,
y
que se
de~cargan
con muchos sal–
tos a
trav ~s
de quebradas o:-;cnt'as, f>St recha:-;
y
pedregosas,
en los ríos que surcnll1H¡ me::;eta Andinn..
Los blancos caserfos mot·iscos de nnmerosas haciendas
en Oropesa resplannpcen
Pll
el
sol. a di;-;tancia.R, al pie de las
colinas de cada lado . Pasamo::;; de largo
tuda~
ellaR, pres–
ta,ndo
apenasatención a su bellpza o a la ele la lagnn:=t, por–
que la
capit.ulincaica.
ya
estÁ. cerca. de nosotros
y
debemos
llegar antes ele anochecer. El valle Re estrecha
el
P.
nuevo; o–
tra vez el camir.o y el río se dispntan el paso.• os encon–
tramos en el desfiladero de la Angostura. Avanza.ndo algu–
nos cientos de varas, entre las alturas que nos rodean, co–
ronadas por los ele \':=tdos mojinetes de las rnin osas;cv nstJ·uc–
ciones incaicas, llegttmus a un lugar en que PI valle del Cuz–
co se abre a nuestra vistR.-un valle oblongo cerrado por
montañas sin árboles. Parece que en el aire vibran los ra–
yos del sol poniente. Más allá ya de las aldeas apiñadas de
San Jerónimo y San
Seba~:;t.ián,
en la cabecera o parte más
alta del valle se reclina la ciudad en el tranquilo reposo de la
sombra contra las oscuras montañas. Al resplandor de los
rayos oblicuos que fulg-nran en lo hlt.o de se:-;enta torres.. lle–
ga a nuestros oídos espectantes la lejana vibración de la.e
campanas, en cuyas macizas moles se refundieron los ído–
los de oro y plata de una antigua fé. Aquí nos detuvimos,
y