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EN LA TIERRA DE LOS INCAS

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lo mismo qne nuestros arrieros; nos quitamos el sombrero

e

inclinamo~

la cabeza para saludar reverentemente la Ciu–

dad del. ol.

Pa~amos

por la aldea <.le San Sebastián, don ele la al ti–

vez del pn eldo noR habría dicho,

~>i

no lo hubiéramos sabido

de~de

ante!:!, qne desce ndía de lon

a.y llus

(lina~ies

o

t~tmilias

de sangre real) a quié11es se deRignó este lngar colllo nn re–

fng-io, después de la Conquista;

y,

golpeando un camino em–

pedrado apresm·anws la lllarchi"t hacia la ciuo ad de nues–

tro destino. Entrarnos en

Plla

por la plaza de Rimac–

pampa (la llAnura del Oráculo ). .Y. por e11tre ca:':as de ado–

be sobre sólidos cimientos

antig·uo~

de pierlra,-el a rte mo–

dei'IIO sobt·e el antiguo-con la acequ ia o albHñal desc:ubier–

to

f'll

mit,fld de la ca lle que precisamente no tiPne la fmgan–

cia ele la

Amb

i~ feliz

,

ll egamo~

!'!espacio al Inti-pampa o

plaza clPl sol,

dou.de

las paredes con se rpientes en cada lado

revel :111 sn ori

g;en in

caif'o.

'

Pn·gnntamos a uí por la,

pla.z~1

princitml

y

se nos diri–

&ió por una calle e,

t ech

11om bt'eada por pes;1dos muros

de piedra lab rüda · n

1

ai'a. ·illm;a preyisión que impresio–

nan, por su orig;inalidnd.

J'ü~gados

aquí

y

acull ~ po~·

porta–

da~

que se estrech n n

v.arte a lta, que

tra~n

a la memo–

ria reminiscencia

-e Eg·ipto

y

pronto salimos a una g ran

pinza con una pila en el centro, el Hnaca-pata o Terraza

SagrAda de lo. Incas, flanqu ada ahora po1· un lado por u–

na sólida catedral

y

por la primorosa iglesia de los .Jesui–

taR, por otro lado,

y

¡•odeada por una baja columnata. Es

de noche,

y

cua,ndo pregunt.am0R por la res idencia del co–

mandante de las fuerzas-no

ha:v

hoteles en el Cuzco-(l)un ofi–

cial vi ·tosn,meute

traJ eado,

to:nó a su cargo couducirnos

allí

y

nos gui:'> por un sólido portal, bajo el cual nuestros

can ncl o an imalf's consciPntes de llegar a un refugio se in–

ternaron con inusitado

y

alarmante"vig·o r ,

y

nosotros reci–

bimo por fin la biem en ida del

coron~l

Francisco Varg-as,

cuyo

nombre

mencionaré siempre con respet.o

y

g1·atitud

qne

tH

mbi.Sn

le t.r-ibutc'Hían

t.otloR mis lectore

i hubieran

experi

mentn

do las pri,-aciones, el hambre

y

la sed, el frío,

la intPmperie

y

molestias quP suft·í en la Ja.rga

y

fatigo~a

jomncla, ele la que tau liget·amente be hablado, de de la cos–

ta

1

jaiiiL lla ta e ta elen'.l,da cuna del poder autóctqno.