EL MISTERIO DE MARKHAM
53
la supos1c10n de Markham, de que, a causa de la menor altura de los
And~s.
los vientos alisios trajeron hasta el desierto de Tarapacá la b.u–
medad suficiente para que pudieran formarse los bosques donde vivie–
ron, según el mismo, los osos hormigueros, carece de fundamento, por–
que la región pacífica a la que pertenece Tarapacá, está fuera del régi–
men de los alisios (XVIII. p . 75) dominando en ella las brisas locales
litorales del
virazón
y
terral,
régimen que debemos suponer estable,
por lo menos durante la época cuaternaria, es decir, desde la formación
de los Andes en el borde occidental del continente. Los yacimientos de
una substancia tan fácilmente soluble como el salitre en la misma región,
hablan ya por sí mismos contra la existencia de tal época pluvial en la
faja costanera de estas latitudes".
Los grandes animales, cuyos restos se han encontrado en varias re–
giones del altiplano, representan también para Posnansky (XIX, p.
19)
la prueba de que antes existieron árboles en gran cantidad, una verda–
dera vegetación forestal. Además de lo ya dicho por el Dr. Kühn a pro–
pósito del yacimiento de la Puna, que por tener sus capas dispuestas ho–
rizontalmente es seguramente posterjor a la formación del pliegue andi–
no, y respecto al
h abitat
del oso hormiguero, cabe recordar que la opi–
nión de que los grandes m m íferos requieren una vegetación arbórea está
del todo desprovist a de iiundamento. Se presentó la misma presunción
para explicar los yacimientos de otras regiones del mundo, y Darwin la
discute al tratar sobre los enormes
organ~smos
animales que han habitado
la Pampa, cuya sugerfic1e, como es
otorio, nunca fué <rubierta de vege–
tación forestal.
DARWIN
ha escrito acerca de est:'a aparente contradic–
ción unas páginas cuya lectura me per'mito recomendar al lector, porque
resuelven el problema de una manera interesante. Al propósito de los
desdentados argentinos observa Darwin que la semejanza con el pere–
zoso hizo creer a eminentes naturalistas que viviesen trepados en los ár–
boles y alimentándose de hojas.
"Era una idea audaz, para no decir
presuntuosa, imaginarse árboles, aunque antidiluvianos, provistos de
ramas tan robustas que pudiesen sostener animales del tamaño de un
elefante". Después de responsabilizar de este error la analogía con la
jungla, estudia en cambio Darwin las condiciones del Africa meridional
y del Brasil, y, con la ayuda de las comparaciones instituídas por Bur–
cheH, y de un ingenioso "índice ponderal" de los mamíferos de la sabana,
termina concluyendo (XX, p.
81-8
4) que
"ha sido suposición general,
la que pasara de un libro a otro, que los grandes animales tengan necesi–
dad de una vegetación luxuriosa, más no dudo en afirmar que esta opi–
nión es del todo falsa".
Y a han transcurrido cíen años desde que fueron escritas esas pala–
bras, y hoy,
conoci~ndo
que también otro gigante de la naturah;za, la