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EL MISTERIO DE MARKHAM

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la supos1c10n de Markham, de que, a causa de la menor altura de los

And~s.

los vientos alisios trajeron hasta el desierto de Tarapacá la b.u–

medad suficiente para que pudieran formarse los bosques donde vivie–

ron, según el mismo, los osos hormigueros, carece de fundamento, por–

que la región pacífica a la que pertenece Tarapacá, está fuera del régi–

men de los alisios (XVIII. p . 75) dominando en ella las brisas locales

litorales del

virazón

y

terral,

régimen que debemos suponer estable,

por lo menos durante la época cuaternaria, es decir, desde la formación

de los Andes en el borde occidental del continente. Los yacimientos de

una substancia tan fácilmente soluble como el salitre en la misma región,

hablan ya por sí mismos contra la existencia de tal época pluvial en la

faja costanera de estas latitudes".

Los grandes animales, cuyos restos se han encontrado en varias re–

giones del altiplano, representan también para Posnansky (XIX, p.

19)

la prueba de que antes existieron árboles en gran cantidad, una verda–

dera vegetación forestal. Además de lo ya dicho por el Dr. Kühn a pro–

pósito del yacimiento de la Puna, que por tener sus capas dispuestas ho–

rizontalmente es seguramente posterjor a la formación del pliegue andi–

no, y respecto al

h abitat

del oso hormiguero, cabe recordar que la opi–

nión de que los grandes m m íferos requieren una vegetación arbórea está

del todo desprovist a de iiundamento. Se presentó la misma presunción

para explicar los yacimientos de otras regiones del mundo, y Darwin la

discute al tratar sobre los enormes

organ~smos

animales que han habitado

la Pampa, cuya sugerfic1e, como es

otorio, nunca fué <rubierta de vege–

tación forestal.

DARWIN

ha escrito acerca de est:'a aparente contradic–

ción unas páginas cuya lectura me per'mito recomendar al lector, porque

resuelven el problema de una manera interesante. Al propósito de los

desdentados argentinos observa Darwin que la semejanza con el pere–

zoso hizo creer a eminentes naturalistas que viviesen trepados en los ár–

boles y alimentándose de hojas.

"Era una idea audaz, para no decir

presuntuosa, imaginarse árboles, aunque antidiluvianos, provistos de

ramas tan robustas que pudiesen sostener animales del tamaño de un

elefante". Después de responsabilizar de este error la analogía con la

jungla, estudia en cambio Darwin las condiciones del Africa meridional

y del Brasil, y, con la ayuda de las comparaciones instituídas por Bur–

cheH, y de un ingenioso "índice ponderal" de los mamíferos de la sabana,

termina concluyendo (XX, p.

81-8

4) que

"ha sido suposición general,

la que pasara de un libro a otro, que los grandes animales tengan necesi–

dad de una vegetación luxuriosa, más no dudo en afirmar que esta opi–

nión es del todo falsa".

Y a han transcurrido cíen años desde que fueron escritas esas pala–

bras, y hoy,

conoci~ndo

que también otro gigante de la naturah;za, la