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MANCO Y HUIRACOCHA

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otro templo grande

y

que tuviese el más eminente lugar para el sol

y

siendo hecho como los ingas lo mandaron su templo del sol, se hizo

muy rico y se pusieron en él muchas mujeres vírgenes"

(II, cap. LXXII).

Por lo que se ha visto, aquéllos que reconocen un "templo del Sol"

en uno de los edificios de que las ruinas de Tíahuanaco son testimonio,

renuncian por eso solamente a colocar su edificación antes de la hegemo–

nía del imperio del Cuzco, es decir, de los dos siglos finales de la Edad

Medía.

El personaje central Cle la portada, después de los estudios compara–

tivos de TELLO y otros, se nos presenta como una de las encarnaciones

del totem felino. Sin ser aventurados, podremos añadir que representa

una de las expresiones más elaboradas del antiguo símbolo, obtenida bajo

la

influencia "humanízadora" de una conciencia artística superior, cuyo

efecto esencial fué

la

·trasformación de la' figura zoomorfa en la humana.

Fuese cualquiera el nombre con que decidimos indicarlo, no come–

teremos el error de buscar en su personalidad caracteres primordiales

y

ori–

ginarios, pues se nos presenta más bien como un héroe epígono

y

com–

pósíto, resultante de lacgos

proce~os

de modificación, substitución

y

com–

penetración.

Ni vale al caso la intentada confusión ae os o 'genes de Manco

Capac con los de Huíracocha ara crear. un tesmóforo único, de carácter

casi cosmogónico (

crea.do

el univeno), lo que tendría

dos

efectos: hacer

aparecer inmensame te remora

la

ci..vilízación del Titícaca,

y

epresentar

a Manco, y por tanto a los Incas, como una sucesión abreviada de más

primitivas dinastías, procedentes, como la misma civilización, de las

orillas del lago.

La suposición de que Manco Capac procediese del Collao,

y

preci–

samente del Titícaca, opinión que se lee a menudo en los escritos de se–

gunda mano, es insostenible después de las muy claras

y

documentadas

demostraciones de MARKHAM y BANDELIER (XXVII, p. 48 y sig.-140;

XXXII, p . 216, 234).

Manco nace en Paccarí-Tambo, a cinco millas del Cuzco, y nada tie–

ne que ver con Huiracocha, el dios felino de la provincia Colla, mate–

rializado en la isla sagrada del Titicaca. La confusión del mito de Pac–

cari-Tambo con el

Titicaca-myth

(Markham) está muy lejos de ser pri–

mitiva (XXVII p. 48). En algunos detalles, como por ejemplo la des–

aparición de Manco Capac,

y

la de Huíracocha, el que, después de cum–

plida su obra

"se

m~tió

por

mar a donde nunca más le vieron"

(XXXII,

cap. 1), es fácil distinguir la torpeza de la consubstanciación perpetrada

por el sacerdocio oficial.