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HACIA EL MONOTEÍSMO SEMITA

159

atributos sem1ttcos (

19

bis) . En varios bajorrelieves, seguramente ar–

cáicos, el que adora es imberbe, y el Dios, si masculino, es barbudo y

cabelludo. Con toda evidencia, pues, ya en los tiempos más remotos,

el concepto de la divinidad fué de procedencia y carácter semítico. Lo

dice muy agudamente Lagrange, quien llegó al mismo resultado por un

camino diferente: la filología (20). Resulta del todo claro que no pue–

de haber imágenes de una divinidad antes que una religión primitiva

acepte la ideación antropomorfa del Dios. Y esta concepción de "Señor",

o dios,

Baal, Bel, Eli,

fué en Caldea un aporte semítico, apto para triun–

far sin dificultades de la supersticiosa demonología de los Súmeros.

A los que, exagerando, a su vez,

la

reacción contra Halevy y De–

litzsch, afirman sin reservas que todo lo que encontramos de bueno en

Caldea lo hicieron los Súmeros (opinión que no es natural, ni histórica,

y fué clamorosamente renegada por Lenormant), quiero prevenirles,

recordando que la religión obedece a otras leyes,

y

no sigue siempre el

desarrollo general de lo que llamamos "poder" o " cultura" de un pue-

( 19

bis)

No sería esta cuestión llevada "al día" sin tener en cuenta la opi–

ruon expresada en el último libro del

rof. Cavaignac, editado en Diciembre

1924, Y

llegado en mi poder durante la corrección de pruebas.

El autor parte de la base que ' les Sumeriens représentent leurs dieux commc Sé–

mites", lo que hemos suficientemente "lustrado en nuestro escrito. La deducción origi–

nal de CAVAIGNAC es que tal

nomalía depende del hecho que "la representac100

se–

gún un tipo étnico propio

J10

tuvo

el

tiempo de implantarse!' entre los Súmeros, por

el dominio precoz del elemento antagónico.

Según Cavaigi;ia , pues, los Súmeros habrían iniciado el arte con las imágenes se–

míticas, antes de que Eudiesen expresar la

aturaleza de sus propios hombres bajo el

aspecto somático y moral.

El profesor de la Universidad de Estrasburgo no ha meditado lo suficiente las

imágenes del p eríodo súmero inicial del arte, esos cilindros, bajorrelieves y láminas en

que el braquicéfalo braquisquele rasurado de las ciudades de la costa, vestido del inse–

parable "kaunakés" ocupa el lugar más importante, y a veces el único. El prof. Ca–

vaignac tendría razón si únicamente nuestros museos poseyesen

las

tardías " restaura–

ciones" del modelado súmero, constituídas por las estatuas de diorita de los

ishakku

nacionalistas de Lagash. Indudablemente, el arte ya tenía toda una historia en Sumer,

cuando los altares fueron dominados por los dioses barbudos, los

Eli

y

Baal

de p ro–

cedencia akadiana.

CAVAIGNAC, Eugene. -

Prolégomenes, Histoice du Monde,

l;

París,

1924.

Ver

pág. 332

y

333.

(20)

Es muy posible, dice L agrange, que algunos entes, como la tempestad,

la luna y el sol. fueran

ab antiquo

objeto de creencias en el territorio de Súmer. Pero

la idea de

dueño

y

señor (maltee),

expresada mediante los nombres Baal, Bel, Elí y

derivados, declara que el origen común de los mitos ya mencionados está en relación

con una palabra protosemita, que encontramos ya diferenciada en los tiempos históricos.

El concepto de Señor (Señor de

la

tempestad, Señor Shamash, Señor Luna)

resulta

peculiarmente semítico. -

Lagrange, P. pág. 447.