66
R. CÚNEO - VIDAL
al cargo de las
ajUas,
sujetas
-a
pilastras centrales cuya base se
afianzó en agujeros que permanecen visibles en . el pavimento,
subdividieron el espacio.
Lo que permanece en pie del muro izquierdo ya menciona–
do, demuestra que sus constructores, mediante cenefas y venta–
nas trapezoidales de cumplido efecto, supieron imprimirle los ras-
•
gos de una severa belleza.
El magno edificio tuvo techo
pajizo.
La caída de aquella primera tarde nos sorprendió en medio
de las nobles ruinas.
El disco del sol se sepultó en Occidente, en un incendio de
arreboles, y el anochecer se nos vino encima, sin transición apia–
nas sensible.
Cabizbajos, llevando en nuestro cerebro un mundo de ansio–
sas interrogaciones del pasado, volvimos al abyecto alojamiento
que se nos tenía deparado en el menguado
tambo
del pueblo.
La mañana siguiente volvimos a Puma Punco, y desde allí,
cruzando ciertos se1nbríos, en que corrimos el peligro de ser mor–
didos por los
per~os
de una vecina alquería, nos constituímos en
la Ackapana.
Esta es una colina artificial,
pucara
o
huaca,
parecida 'a las
de Miraflores y a la de Maranga en la provincia de Lima.
Ackapana es, en la lengua aimara
el amanecer:
aquello que
en la lengua quechua es
pacarina.
Pacaric Tambo, esto es:
tambo del amanecer,
llamaron los
Quechuas a la morada de que salieron los cuatro Ayares de la
leyenda: el Ayar del
ma.íz,
el de la
coca,
el de la
s(il,
y
el del
ají,
eonsociados a la fundación de Cuzco.
Aquella salida marcó, positivamente, para sus
aniautas
y
que–
pucamiayos
(sabios y analistas), el
amanecer
de la vida histórica
de su nación; aquello que en la lengua aimara se expresó por la
voz
ackapana.
&
Aprendió Manco esta palabra en el Collao de Tiahuanaco,
y la introdujo en el Cuzco, bajo la forma de
pacarina,
palabra
hermética y veneranda, para designar el alborear, o sea los co-