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R. CÚNEO - VIDAL

al cargo de las

ajUas,

sujetas

-a

pilastras centrales cuya base se

afianzó en agujeros que permanecen visibles en . el pavimento,

subdividieron el espacio.

Lo que permanece en pie del muro izquierdo ya menciona–

do, demuestra que sus constructores, mediante cenefas y venta–

nas trapezoidales de cumplido efecto, supieron imprimirle los ras-

gos de una severa belleza.

El magno edificio tuvo techo

pajizo.

La caída de aquella primera tarde nos sorprendió en medio

de las nobles ruinas.

El disco del sol se sepultó en Occidente, en un incendio de

arreboles, y el anochecer se nos vino encima, sin transición apia–

nas sensible.

Cabizbajos, llevando en nuestro cerebro un mundo de ansio–

sas interrogaciones del pasado, volvimos al abyecto alojamiento

que se nos tenía deparado en el menguado

tambo

del pueblo.

La mañana siguiente volvimos a Puma Punco, y desde allí,

cruzando ciertos se1nbríos, en que corrimos el peligro de ser mor–

didos por los

per~os

de una vecina alquería, nos constituímos en

la Ackapana.

Esta es una colina artificial,

pucara

o

huaca,

parecida 'a las

de Miraflores y a la de Maranga en la provincia de Lima.

Ackapana es, en la lengua aimara

el amanecer:

aquello que

en la lengua quechua es

pacarina.

Pacaric Tambo, esto es:

tambo del amanecer,

llamaron los

Quechuas a la morada de que salieron los cuatro Ayares de la

leyenda: el Ayar del

ma.íz

,

el de la

coca,

el de la

s(il,

y

el del

ají,

eonsociados a la fundación de Cuzco.

Aquella salida marcó, positivamente, para sus

aniautas

y

que–

pucamiayos

(sabios y analistas), el

amanecer

de la vida histórica

de su nación; aquello que en la lengua aimara se expresó por la

voz

ackapana.

&

Aprendió Manco esta palabra en el Collao de Tiahuanaco,

y la introdujo en el Cuzco, bajo la forma de

pacarina,

palabra

hermética y veneranda, para designar el alborear, o sea los co-