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HISTORIA DE LA CIVILIZACIÓN

PERUANA

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de nuestros días comprendida entre la desembocadura del Ama–

zonas y el territorio de Minas Geraes, invadió el gigantesco trián–

gulo formado por el JVIadeira y la s·erranía de Mattogrosso,

y

flu-

'

tumultuosamente en dirección a los contrafuertes de los Andes.

Los precollagNas continentales, padres de los

protocollaguas

andinos,

fautores de la civilización de Tiahuanaco, antójansenos el

resultado de la intensa selección de castas en que se resolvió

aquella formidable aleación de elementos étnicos primordiales.

Fáciles de imaginar son los tropiezos, provenientes de la as·–

pereza de una naturaleza primitiva

y

de la saña de los hombres,

que los dichos precollaguas continentales hubieron de vencer en

su huída; tropiezos

y

peligros que no cesarían ·hasta el momento

en que, neutralizado el peligro de la mar, la horda se dió cuel}ta

de que ni en los dilatados pajonales de Goyaz, ni en la tupida

manigua de Mattogrosso, ni en las ásperas estribaciones de la cor–

dillera intercontinental, existía en condiciones apreciables el ele- ,

mento indispensabl entre todos, sin el cual no cabe pensar en

iormar organizaciop. s llumanas medianamente viables:

la sal.

Organízase desde aquel momento una afanosa carrera_de ra–

zas con rumbo a la meseta de los Andes, en donde se presume que

exista en abundancia aquel útil elemento; carrera en que es de

1

ereer que llevaría la delantera la raza mejor constituída, más

animosa., más ;resistente a las fatigas, producto de una selección

más enérgica

y

más viable.

En esta forma,

y

al cabo de una serie de siglos, aportan al

a~tiplano

de los Andes los

Protocollaguas,

dueños de una expe–

riencia tan intensa cuan duramente adquirida, dotados de una

organización tribal lo bastante consrstente para sustraerse al pe–

ligro de su disgregación durante el proceso de sus emigraciones

Reculares y de su roce con infinitas razas, de una religión-la de

los Muertos-, de una base de subsistencia agrícola, ajena al trigo

asiático, no aclimatado, acaso, en las vegas de la Atlántida cuan–

do se produjeron las catástrofes y emigraciones que dejamos di–

chas, de una base pastoral, ajena al carnero y al buey asiáticos y

africanos,

y

lo que más importa, de una misión civilizadora que no