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a sns antepasados
y
con ellos a su cultura,
·para circundarlos con una aureola de gloria
y
prestigio.
Si efectivatnente hubiera
ex~stido
un sis–
te1na
social tan perfecto, una orga11ización
militar tan extraordinaria
y
extensa, no un
puñado de aventureros con arrnas casi tan
deficientes con10 las de ellos, hubiera podido
destrozar un imperio tan amplio, tan bien or–
ganitado
y
sólida1nente cimentado como aquel
que nos pintan los antiguos cronistas e histo–
riadores. cuyas relaciones a su vez, especial-
1nente de aquellos del siglo diez y seis, fue–
ron copiadas sin excepción por todos los vía·
jeros antiguos
y
modernos, aumentando
na–
turalmente su trascendencia
y
haciendo al–
gunas variaciones para dar más novedad a
sus escritos. !lasta entre los misn1os cronis–
tas del siglo
XVI
se copiaron los unos a los
otros
y
cualquiera que lea con alguna aten–
ción todo aquello, se dará cuenta que todo
1o
escrito~
descansa sobre una primera infonna–
ción original, la
mis1na
siempre, con ·excep–
ción de las crónicas de Montesinos, del que
es dable suponer, que era o un gran menti–
roso o que verdaderamente bebió de fuentes
folklóricas más amplios que los otros.
No hay que
ca1nbiar
por eje1nplo el va·
lor moral de las conquistas de Méjico con las
del Perú. En Méjico encontraban aún una cul·
tura casi en pleno aúge, aunque ta1nbaleante
y
a punto de caer en ruinas por las guerras