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calles rectas, angostas y de pendientes

muy pronunciadas, recuerdan esas pinto–

rescas vistas que nos llegan de Suiza. Se–

mejan un grupo de

peque:f.ías

casitas de

cartón, al pié de las montañas huecas de

un pesebre de Navidad.

Allí está Tilcara, la predilecta de la

gente chic pero sencilla en sus costum–

bres y en sus gustos. Allí, la naturaleza,

en su más poética expresión, se manifies–

ta engalanando el paisaje y ha unido a lo

bello, los elementos indispensables para la

salud del espíritu y del cuerpo : un cielo

espléndido, aire puro, aguas exquisitas

y sazonados frutos. Solo podrían perma–

necer insensibles a las delicias de ese am–

biente, los que no se conforman con la co–

mof-idad sin exigencias, los que tienen el

alma anestesiada porque derrochan su vi–

da y su corazón, sin apartarse un segun–

do de las irritantes actividades a que los

obliga el estiramiento ridículo de las más

exageradas prácticas sociales del Siglo

XX.

El pueblo tilcareño, no conoce aún, por